Si Seattle, Davos y Washington fueron los tres primeros capítulos de la
saga "Globofobia", la cuarta entrega empezará el próximo martes en Praga.
El guión no es otro que el boicot a la reunión bianual del FMI y el Banco
Mundial. Los actores, un conjunto heterogéneo de agricultores,
sindicalistas, intelectuales de izquierda, estudiantes y ecologistas a los
que une un odio por la globalización y el capitalismo neoliberal.
En Cataluña, el grupo Moviment de Resistència Global ha abierto
una página en Internet (www.pangea.org/mrg) donde, además de invitar al
boicot de Praga, explica cómo han crecido las diferencias entre países
ricos y pobres debido a la globalización. Dice, por ejemplo, que los cinco
países más ricos del mundo eran 20 veces más ricos que los cinco más
pobres en 1965. La diferencia pasó a ser de 35 veces en 1995.
No
hay duda de que el capitalismo y la apertura de la economía al comercio
internacional han ayudado a los cinco países más ricos a crecer durante
los últimos 30 años. Ahora bien, la pregunta realmente importante es ¿por
qué no han crecido también los países pobres? Una parte de la respuesta la
obtenemos simplemente observando que los cinco países más pobres del
planeta son la República Democrática de Congo (antiguo Zaire), Chad,
Burundi, Tanzania y Etiopía.
Zaire-Congo, Chad y Burundi son
paradigmas de dos de los problemas que han aquejado a África en las
últimas décadas: los conflictos bélicos y las dictaduras despóticas. Las
barbaridades de Mobuto (Zaire) sólo son comparables con las de su sucesor,
Laurent Cavila, o con las atrocidades del emperador Bocassa (Centroáfrica)
o del mariscal Idi Amin (Uganda). La reciente guerra de Congo ha
involucrado y arruinado a numerosos países de la zona (incluido Burundi).
Chad, por su parte, ha tenido que defenderse de las repetidas invasiones
de su vecina, la Libia del coronel Gaddafi (dado que, según argumentan
algunos "globófobos", también las guerras son causadas por el ansia del
capitalismo de vender armas, supongo que ahora nos dirán que Gaddafi es un
conocido neoliberal).
Los casos de Tanzania y Etiopía son todavía
más interesantes, ya que muestran que otros dos de los males que han
contribuido a devastar el África poscolonial son, precisamente, el
socialismo y la antiglobalización.
En febrero de 1967, tres años
después de la creación de Tanzania, fusión de Tanganika y la isla de
Zanzíbar, el presidente Julius Nyerere hizo la famosa declaración de
Arusha, donde se exponían los principios del "socialismo africano" que
debían traer la "autosuficiencia" y la "no dependencia económica" de los
países capitalistas del norte. Prometía un mundo sin clases sociales ni
desigualdades económicas. Criticaba las relaciones de mercado basadas en
la búsqueda egoísta del beneficio individual y proponía el "ujamaa" o
sistema de relaciones de solidaridad y de cooperación mutua. Nyerere
nacionalizó la banca, la industria y el comercio. Introdujo el
colectivismo agrícola donde los individuos trabajaban para el beneficio de
la comunidad y no para el de sus familias. Unos cinco millones de personas
fueron obligadas a emigrar a las "vijiji vya ujamaa" (aldeas comunas)
creadas para tal fin y a abandonar la tierra en la que estaban enterrados
sus antepasados.
La falta de coordinación entre las necesidades de
las aldeas agrícolas y las decisiones de los sabios planificadores de la
ciudad trajeron, ¡sorpresa!, la escasez de agua y la miseria. El brillante
experimento socialista finalizó con la dimisión de Nyerere en 1985, y dejó
a Tanzania en bancarrota y como uno de los países más pobres, miserables,
dependientes y endeudados a pesar de su abundante riqueza natural.
Etiopía no tuvo mejor suerte ya que, tras derrocar al Ras Tafari
(Haile Selassi), el coronel Mengistu Haile Mariam y el partido Derg
instituyeron el Ye-Itiopia Hibretesebawinet, o socialismo etíope, que
pronto se convirtió en una dictadura de duro corte marxista conocida con
el nombre de terror rojo. Como en tantas otras ocasiones, se prometió el
paraíso y la independencia económica del capitalismo explotador, pero
llegaron los gulags, las purgas, la corrupción, los crímenes de estado,
las nacionalizaciones, la represión de la iniciativa privada y la falta de
libertad. A pesar de las masivas ayudas de Moscú intentando camuflar el
evidente desastre económico, Etiopía decayó hasta convertirse en el país
más pobre del planeta.
Decir que República Democrática de Congo,
Chad, Burundi, Tanzania y Etiopía son los estados más pobres del mundo por
culpa del capitalismo neoliberal y de la globalización es una aberración
histórica y un escarnio intelectual. Y el escarnio es todavía mayor si los
comparamos con lo sucedido en países del África meridional (Botswana,
Sudáfrica, Lesotho, Svazilandia y la Isla de Mauricio) que, en lugar de
dejarse deslumbrar por el fácil populismo socialista, aceptaron la
organización de mercados y abrieron sus economías al comercio, el capital
y las tecnologías internacionales. La tasa de crecimiento de Botswana
desde 1970 ha sido superior a la de la media de los "milagrosos tigres"
del Sudeste Asiático mientras que Mauricio y Lesotho no se quedaron muy
atrás. La renta de estos cinco países es 10 veces superior a la de los
cinco estados más pobres.
Comparados con Europa, estos exitosos
países todavía son pobres, pero sus experiencias demuestran que África no
está condenada ni por el destino ni por su pasado colonial. Se puede salir
del pozo, aunque no con el obsoleto discurso de Nyerere ni con la
sorprendentemente parecida perorata de la globofobia 2000. No digo que los
mercados libres y la globalización vayan a curar mágicamente a África. No
es tan simple. Ahora bien, que no quepa la menor duda de que sin éstos, el
continente negro nunca dejará de ser pobre.