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OPINIÓN
XAVIER SALA
I MARTÍN, catedrático de la Universidad de Columbia y profesor de la UPF
Déficit
cero... en promedio
La
Vanguardia - - 04:01 horas - 06/12/2000
El déficit cero está de moda. El Gobierno anuncia que ha equilibrado el presupuesto
y, no satisfecho con semejante hazaña, ahora busca aprobar una ley que ate de manos a los
futuros gobiernos obligándoles a conseguir el déficit cero.
En general no es bueno que las administraciones se endeuden sistemáticamente. Como el
resto de nosotros, los gobernantes deben entender que no pueden gastar siempre más de lo
que ingresan. En un sistema político donde se ganan votos prometiendo de todo (es decir,
gastando mucho) y no perjudicando a nadie con impuestos (es decir, recaudando poco), los
gobiernos tienen la tendencia a generar déficitexcesivos. La imposición de disciplina
fiscal es, pues, saludable.
Pero una cosa es no generar déficit sistemáticos y otra muy distinta prohibir los
déficit por ley. Recuerde el lector que equilibrar el presupuesto es equivalente a no
pedir prestado: cuando uno quiere gastar más de lo que gana, debe financiar la diferencia
con un crédito. Obligar, pues, al Gobierno a conseguir el déficit cero es equivalente a
prohibirle pedir créditos. Y eso es malo.
Las finanzas del Gobierno son como las de una familia. Cuando una familia se endeuda
sistemáticamente, tiende a gastar demasiado en cosas innecesarias y debe utilizar una
parte excesiva de sus ingresos para pagar los intereses. Ahora bien, eso no quiere decir
que la prohibición de los créditos familiares sea deseable. Si lo hiciéramos, pocos
podrían comprar casa o coche y pocos podrían montar negocios.
Este argumento, que parece claro para el caso de las personas, se aplica también a las
administraciones públicas. Imaginemos que descubrimos una tecnología que, si se
implementa, nos permitirá crear empleo, riqueza y crecimiento, pero que requiere una gran
inversión en infraestructuras públicas. La pregunta es: ¿cómo financiaremos tan
deseable inversión? Lo normal sería ir a Banc Sabadell a pedir un crédito. Ahora bien,
si el Gobierno se ata de manos y se obliga a sí mismo a presupuestar un déficit cero, se
cierra esa vía de financiación. Una alternativa sería ahorrar durante 20 años hasta
generar el suficiente capital. Para entonces, otros países se nos habrán adelantado y la
inversión ya no tendrá sentido. Otra posible solución sería aumentar los impuestos,
pero eso también sería malo, porque reduciría la inversión y el consumo privado. La
tercera alternativa sería reducir el gasto público. Si ese gasto era necesario, se
perjudicará a los ciudadanos o a la economía, y si no lo era, se debería haber
eliminado con anterioridad en lugar de esperar a tener la necesidad de hacerlo. Dado que
todas las alternativas son insatisfactorias, lo más probable es que, sin déficit, el
proyecto nunca se lleve a cabo. Dicho de otro modo, la ley de déficit cero podría tener
consecuencias adversas sobre el crecimiento a largo plazo.
Pero el déficit cero también presenta problemas a corto plazo. Consideremos, por
ejemplo, los efectos de una repentina caída de la bolsa y una consiguiente reducción de
la demanda de consumo. Una de las primeras consecuencias de la crisis económica sería la
caída de la recaudación fiscal y el aumento del gasto público en subsidios de paro. La
menor recaudación y el mayor gasto generaría un déficit fiscal. Si la ley prohibiera
dicho déficit, el ministro se vería obligado a retocar los presupuestos y le quedarían,
básicamente, dos alternativas. La primera sería la reducción del gasto, cosa que
reduciría todavía más la demanda y agravaría la crisis. La segunda alternativa sería
elevar los impuestos. Eso reduciría el poder adquisitivo de los ciudadanos, lo que les
obligaría a reducir el consumo y la inversión, por lo que esa vía también agravaría
la crisis. Sea como fuere, la obligación de conseguir un déficit cero contribuiría a
acentuar la crisis y generaría una mayor inestabilidad del ciclo económico. Una mala
idea en la que estarían de acuerdo tanto los economistas clásicos como los keynesianos.
De hecho, si se analizan los datos honestamente, uno debe reconocer que el Gobierno ha
conseguido equilibrar los presupuestos en parte gracias a que la bonanza económica ha
traído mayor recaudación y menor gasto social (me abstendré aquí de analizar la
contabilidad creativa y las "donaciones" de la UE). Si eso es así, el mismo
Gobierno que ahora saca pecho tendrá problemas para conseguir un presupuesto equilibrado
cuando la economía se desacelere. Y será entonces cuando buscar el déficit cero puede
tener consecuencias nefastas. La teoría económica dice que lo mejor sería mantener los
tipos impositivos más o menos constantes y dejar que haya déficit durante las recesiones
y superávit durante los tiempos de bonanza, de manera que el presupuesto esté
equilibrado en promedio, aunque no lo esté cada año.
Si es cierto que, por un lado, hay que obligar al Gobierno a mantener una disciplina
fiscal, pero por otro lado, hay que dejarle tener déficit en casos especiales, la
pregunta es: ¿qué hacer? Una solución interesante es la que parecen haber adoptado CiU
y el Partido Popular en el Parlament de Catalunya. Según ese acuerdo, cuyos detalles
sólo conozco a través de la prensa, el Govern deberá perseguir el equilibrio
presupuestario aunque, en caso de crisis económica o de situación excepcional, el
Parlament podrá aprobar un déficit positivo, siempre y cuando vaya acompañado de un
plan que permita volver al equilibrio presupuestario en un tiempo razonable. Es decir,
déficit cero sí... pero en promedio.
www.columbia.edu/%7exs23
[Miércoles, 6 de diciembre de 2000]

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