OPINIÓN
LOS
JUBILADOS VAN a querer gastar los ahorros de toda la vida y el sector
financiero deberá tomar nota
Gerontocracia
La Vanguardia - 03:30 horas -
17/07/2000
XAVIER SALA I MARTÍN
Barcelona debe
convertirse en uno de los "centros mundiales del conocimiento", la Boston
del Mediterráneo, la capital Europea de las tecnologías de la
información". Nuestros políticos más visionarios no cesan de mencionar la
importancia que el saber y las nuevas tecnologías tendrán durante el siglo
XXI, y no quieren que perdamos el tren del futuro. Y de ahí que surjan
iniciativas como 22@BCN o el Parc Científic i Tecnològic para colocarnos
en el umbral del nuevo milenio.
No voy a ser yo quien niegue la
importancia del conocimiento y del progreso científico en un país rico y
moderno. Pero antes de dejarnos llevar por euforias tecnológicas, quizá
sería importante preguntarse: exactamente, ¿cómo se piensa atraer a los
mejores científicos del mundo para que trabajen e investiguen en nuestro
querido país? Entiendo que, a la mayoría, les encantará nuestro clima,
nuestra sana cocina mediterránea y nuestra personalidad. Incluso preveo
que muchos de ellos se quedarán impresionados por lo rectos que nos salen
los "castells". Pero, además de todo este indudable atractivo, ellos
vendrán aquí en busca de infraestructuras y laboratorios de investigación
con recursos abundantes, de salarios competitivos a escala mundial y redes
de universidades con profesores y estudiantes de categoría con los que
poder cooperar y de los que poder aprender.
¿Cómo piensan nuestras
administraciones ofrecer todo esto? El deplorable estado en que se
encuentran nuestras universidades no les puede estar invitando al
optimismo: nuestros profesores cobran una fracción de lo que pagan los
centros pioneros del mundo y sus salarios no están casi relacionados con
su producción científica (la uniformidad y la eliminación de "agravios
comparativos" está por encima de la productividad a la hora de determinar
retribuciones). Nuestros catedráticos obtienen una parte muy importante de
sus ingresos fuera de la universidad, por lo que su dedicación a la
actividad docente e investigadora es, demasiado a menudo, irrisoria. Y no
hace falta mencionar el consabido problema de la endogamia universitaria
(se promociona a los amigos -¡o incluso a los ministros!- en lugar de a
quien se lo merece) o la flagrante falta de recursos económicos en
infraestructuras científicas. A pesar de todo esto, las apuestas de
modernización que hacen nuestros políticos no vienen acompañadas de
propuestas de reforma del sistema universitario, por lo que las
probabilidades de éxito son más bien escasas.
Y con esto no quiero
decir que debamos perder el tren de la tecnología. Pero de ahí a ser
líderes mundiales en el campo de la investigación hay un buen camino. Lo
que no podemos es deslumbrarnos con proyectos que suenan muy bien, pero
que pueden acabar como multitud de empresas de Internet, que se las
prometían muy felices hace solamente un par de años y que ya forman parte
de la historia de los fracasos empresariales.
Si me lo permite el
lector, yo apostaría por otra de las líneas que marcarán el siglo XXI.
Tiene mucho menos "glamour" pero nuestras posibilidades de éxito son mucho
mayores: se trata del negocio de los ancianos. Nos acercamos a una
situación demográfica y económica en la que cada vez hay más jubilados con
un poder adquisitivo importante. Los años de vida sana y activa después de
la jubilación crecen sin cesar. El poder político de los abuelos queda
demostrado cada vez que alguien intenta reformar el sistema de pensiones.
Todo esto conllevará importantes cambios en el paisaje político y
económico del siglo XXI.
Los negocios relacionados con las
actividades de la gente mayor van a florecer por todas partes: desde
viajes hasta actividades lúdicas, pasando por campos de golf y servicios
de vigilancia y cuidados sanitarios. Los jubilados van a querer gastar los
ahorros de toda una vida y el sector financiero deberá tomar nota. La
ciencia, otra vez la ciencia, va a seguir dedicando más recursos para
solucionar los problemas de los ancianos ricos que los de los africanos
pobres. Incluso el paisaje físico cambiará al tener los edificios, los
vehículos y el transporte público que adaptarse a la existencia de miles
de ciudadanos que circulan con sillas de ruedas. Si el siglo XX ha sido el
siglo de la liberalización de la mujer, el siglo XXI será el siglo de la
gerontocracia. Y todo esto no es ciencia ficción sino que ya está
empezando a suceder. Algunas empresas con visión ya están llevando a cabo
proyectos relacionados con los mayores, mientras que algunas comunidades
autónomas vecinas ya están apostando por atraer, con éxito, a miles de
abuelitos del norte de Europa que buscan escapar del frío polar durante el
invierno.
En los próximos años se crearán centenares de miles de
puestos de trabajo relacionados con el negocio de la gente mayor y
nosotros podemos y debemos luchar por ellos porque, a diferencia de lo que
sucede con la ciencia, Cataluña disfruta en este sector de una situación
privilegiada, casi única en el mundo entero. Pocos lugares de nuestro
planeta combinan tres de los activos que los cada vez más adinerados
jubilados buscan: un buen clima, una ya desarrollada infraestructura
turística y lúdica, y una excelente oferta sanitaria.
Silicon
Valley es un espejo en el que todo el mundo se quiere reflejar, pero no
hay que olvidar que la primera industria de California no es la
informática sino el turismo. Los catalanes deberíamos actuar sin complejos
y no perder el disparo de salida de una carrera que sí podemos ganar: la
carrera de la gerontocracia.
www.olumbia.edu/%7exs23
XAVIER SALA I MARTÍN, profesor de la Universidad de Columbia y
de la UPF
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