B.
SÁNCHEZ-ROBLES / UNIVERSIDAD DE CANTABRIA
Desde hace unos años existe en la opinión pública - y
también en parte de la profesión - la creencia de que las
desigualdades de renta en el mundo están aumentando. El informe
sobre el desarrollo mundial de la ONU de 1999, por ejemplo, afirma
que la pobreza y la desigualdad han aumentado de la mano de la
globalización: la brecha entre los países pobres y ricos, y entre
los individuos pobres y ricos, ha crecido y crece sin cesar.
El tema es muy complejo porque incluye multitud de facetas que, a
su vez, se concretan en preguntas como ¿ha aumentado en las últimas
décadas la desigualdad entre los ciudadanos de una nación? ¿han
crecido las disparidades entre países ricos y pobres? ¿Se ha
extendido la pobreza a porcentajes mayores de la población mundial?
¿será esta la pauta futura? ¿Qué relación existe entre estos hechos
y la globalización?
Es imposible analizar en profundidad todos estos interrogantes en
el espacio limitado de una columna. Ahora bien, pueden ofrecerse
unas pinceladas a partir de la lectura de dos nuevos trabajos del
economista catalán Sala i Martín, profesor en las Universidades de
Columbia y Pompeu Fabra.
Sala i Martin comienza destacando que algunas de las creencias
dominantes se apoyan, en efecto, en evidencia empírica
(relativamente) sólida. Por ejemplo, las disparidades dentro
de algunos países han crecido. No obstante, estos países son menos
en número de lo que se podría pensar. En Europa del Este, por
ejemplo, el fenómeno no ha sido generalizado, como podría creerse a
primera vista: sí se ha producido un notable aumento de las
disparidades en Ucrania, Rusia y Lituania, pero no en Hungría y
Polonia. De los países de la OCDE, sólo han incrementado las
divergencias en renta en Reino Unido, EEUU y Suecia.
Los resultados sobre las disparidades entre países son muy
distintos según los indicadores que se empleen en su medición. Por
ejemplo, si se comparan las disparidades en renta sin corregir por
los tipos de cambio, estas resultan enormes y su evolución sigue una
tendencia creciente a lo largo del tiempo. Si se ajustan en términos
de la paridad del poder adquisitivo (en otras palabras, teniendo en
cuenta la capacidad de compra que otorgan esas rentas en el país de
que se trate, porque con 10 dólares no se puede consumir lo mismo en
Nueva York o en Kinshasa) las diferencias resultan mucho más
pequeñas y además, decrecientes en el tiempo.
Entonces, se preguntará el lector, ¿en términos globales, en el
mundo hay más disparidad o menos que hace unos años?
Para responder a esta pregunta Sala i Martin combina ambas
cuestiones – disparidades entre países y desigualdades en el seno de
un país - y analiza la distribución mundial de renta entre 1970 y
1998 para una muestra de 125 países (que suponen más del 90% de la
población mundial). Las respuestas que obtiene son muy sugerentes.
En primer lugar, la suma total de las disparidades en el seno de
cada país han incrementado, pero sólo ligeramente. En segundo
lugar, las desigualdades entre países han descendido
dramáticamente: el gran desarrollo económico experimentado en los
últimos años por determinados países asiáticos - en concreto China e
India - ha contribuido sensiblemente a la reducción de las
desigualdades en la renta mundial, ya que ambas naciones suponen un
38% de la población total del planeta.
Puesto que el segundo efecto es superior al primero, Sala i
Martin concluye que las desigualdades mundiales en términos de renta
– contrariamente a lo que se piensa – han disminuido entre 1970 y
1998.
Por lo que respecta a la pobreza (concepto distinto, por cierto,
de la desigualdad), Sala muestra que las tasas de pobreza también
han descendido de modo espectacular en los últimos decenios. Ahora
bien, la situación difiere sustancialmente por continentes. En
particular, la pobreza es especialmente aguda en Africa, lo que le
lleva a afirmar que "el problema económico más importante al que se
enfrenta la humanidad es la pobreza de Africa".
El autor también analiza la relación entre estos fenómenos y la
globalización. En su opinión – compartida por la mayor parte de los
economistas serios - la globalización no crea pobreza sino que la
reduce. China e India – junto con Bangladesh, Pakistán, Malasia o
Filipinas – se han abierto al exterior y han reducido sus tasas de
pobreza. En cambio, aquellas naciones que optan por seguir los
manidos eslóganes de los antisistema y achacar sus males al
capitalismo internacional, la Europa del capital o los Macdonalds –
como Venezuela o Congo – continúan sumidas en la penuria.
Como ocurre siempre en economía, la botella puede verse medio
llena o medio vacía. Sin embargo, siempre se puede sacar una
conclusión: aquellos que quieren crecer y salir de la pobreza pueden
hacerlo. No existen países abocados irremisiblemente al cataclismo.
Sí hay, no obstante, una gran tendencia a echar la culpa a los demás
y a no asumir responsabilidades en la gestión de la propia nación.
En el fondo, acabamos en lo de siempre: los hombres, los gobiernos y
los países son libres para hacer con sus destinos lo que deseen.
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principal Blanca Sanchez-Robles