Capítulo 2: Las guerras de independencia en España e Hispanoamérica (siglo XIX)

Contexto histórico

La expresión "guerra de independencia" significa dos cosas diferentes en América y España. En la península se llama así a los levantamientos populares contra las tropas francesas de Napoleón que ocuparon el país en 1808, y a la posterior resistencia militar que se prolongó hasta 1814. En la historia americana, la expresión se refiere al conjunto de rebeliones ocurridas a comienzos del siglo XIX y cuyo resultado final fue la independencia de casi todas las colonias españolas en América (ver un mapa de la América independizada).

I. La guerra de independencia española

La Revolución Francesa produjo en España, como en toda Europa, una reacción antiliberal, de apoyo a la Iglesia y los valores tradicionales. A ojos de los conservadores, el orden había sido destruido por una revolución sangrienta y diabólica. En España las tendencias modernizadoras y liberales se vieron muy perjudicadas, y muchos de los ilustrados españoles debieron exiliarse o perdieron su influencia. Esto coincidió con una profunda crisis dinástica en el país. Las diferencias entre el rey Carlos IV y su hijo y heredero, Fernando VII, llegaron a su máximo punto de tensión con el motín de Aranjuez (marzo de 1808), tras el cual Carlos IV abdicó en favor de Fernando. La situación había debilitado a la monarquía y conducido a España al borde de un vacío de poder.

Mientras tanto, un gran ejército francés se encontraba en Madrid con motivo de la reciente invasión francesa de Portugal. En 1808 Napoleón Bonaparte consiguió atraer a Carlos IV y a Fernando VII a la ciudad francesa de Bayona para una supuesta reunión conciliatoria entre padre e hijo. Fernando VII dejó en Madrid un gobierno provisorio, y todo anunciaba una inminente toma del poder por parte de los franceses. En vista de tal situación, y ante la sumisión de las autoridades provisionales al ejército francés, el pueblo madrileño se levantó espontáneamente en armas la mañana del 2 de mayo de 1808. El ejército napoleónico reprimió el levantamiento con una brutalidad que Goya plasmó en Los fusilamientos del 3 de mayo. (Ver también la serie de grabados de Goya sobre la contienda, los Desastres de la guerra.) Esto marcó el inicio de una larga resistencia popular contra lo que ahora se había vuelto un ejército de ocupación. En Bayona, mientras tanto, Napoleón amenazaba de muerte a Carlos y a Fernando, obligándolos a abdicar en su favor. El emperador francés mantuvo prisionero a Fernando VII y colocó en el trono español a su hermano José Bonaparte con el título de José I.

Entre mayo y junio de 1808 España se sublevó en armas. Ante la ausencia de un poder legítimo, el pueblo recuperó la soberanía: una larga tradición nacional sostenía que al faltar la figura del rey, la soberanía volvía al pueblo, que debía buscar una nueva autoridad. En la mayor parte de España se crearon juntas locales, que a su vez formaron una Junta Central. Pronto fue sustituida por las Cortes de Cádiz, órgano que gobernó el territorio de España no ocupado por los franceses hasta el regreso de Fernando VII en 1814. A partir de 1810 las Cortes dictaron una serie de reformas políticas, económicas y sociales importantísimas, la principal de las cuales fue la Constitución de 1812. Los que aceptaron de buena gana a José Bonaparte, por su parte, recibieron el nombre de "afrancesados." Aunque generalmente se les consideró colaboracionistas de una potencia invasora, muchos de ellos veían en el nuevo orden de cosas una solución a los profundos problemas políticos, sociales y económicos de España.

La situación era muy compleja: las diferencias entre tradicionalistas y liberales fueron complicadas por las circunstancias históricas, pues se identificaron las tendencias modernizadoras con una potencia invasora. La ocupación francesa representaba, supuestamente, una revolución liberal (aunque transformada ahora en empresa imperial), y los españoles que resistieron la ocupación invocaban la figura de Fernando VII, es decir, el absolutismo. Sin embargo, entre los que resistían a Napoleón también había muchos liberales. La contradicción se haría evidente en 1814, al regresar al poder Fernando VII ("El Deseado," como se le llamaba popularmente), quien no cumplió con los deseos de sus súbditos y propulsó en vez un retorno al absolutismo existente antes de la Revolución Francesa.

Evolución de la guerra

Los alzamientos iniciales fueron suprimidos por el general Murat, jefe del ejército francés en España. Sin embargo, la brutalidad con que actuó el ejército francés en Madrid y otras ciudades aumentó el odio a los franceses y estimuló la resistencia popular. Muy pronto los franceses se vieron enfrentados no sólo a un enemigo visible sino también ubicuo, formado por paisanos de toda clase y edad, incluyendo mujeres y niños. En Zaragoza, por ejemplo, militares y civiles españoles defendieron la ciudad casa por casa, volviendo inútil la superioridad estratégica y logística del ejército francés. La guerra de independencia española marcaría una novedad en Europa: el papel de la resistencia civil.

El 22 de junio las tropas francesas fueron derrotadas en la Batalla de Bailén. Era la primera vez que el ejército napoleónico, considerado invencible en toda Europa, era derrotado en una batalla abierta. Aunque la victoria fue de gran importancia estratégica y sicológica, sus efectos fueron de corta duración. Los españoles no supieron organizar una defensa coordinada del territorio, y Napoleón se puso al frente de una gran invasión destinada a retomar el control de España y limpiar la "deshonra" de Bailén. El ejército español y sus aliados ingleses fueron derrotados. Tras la partida de las tropas inglesas y la desmembración del ejército español empezó una nueva etapa de la guerra. Aparecieron por todas partes bandas armadas que realizaban pequeñas operaciones de presión y sabotaje. Los franceses llamaron a esta forma de combatir la petite guerre (la guerrita), de donde, al parecer, vino la palabra española guerrilla. Las guerrillas obstaculizaron las comunicaciones entre los ejércitos franceses, fueron una valiosa fuente de información para los militares aliados y obligaron a los franceses a destinar un número elevado de tropas en España, lo cual influyó en la derrota de Napoleón en Rusia y otras campañas europeas que produjeron su caída. Para tomar el control de todo el territorio español los franceses emprendieron una larga campaña entre 1809 y 1811, año en que lograron ocupar toda España menos Cádiz, la única ciudad que nunca lograron conquistar.

El enfrentamiento entre Francia y Rusia (1812) obligó a Napoleón a retirar parte de sus tropas de España, y el ejército español inició una contraofensiva desde Portugal, donde se había organizado un ejército importante con la participación de tropas inglesas y portuguesas. Las fuerzas al mando del general inglés Wellington avanzaron con facilidad y tomaron Madrid a fines de mayo de 1811. Aunque las hostilidades continuaron, a partir de este momento fue inevitable que los franceses se retiraran finalmente.

Pero el rey Fernando VII todavía era prisionero de Napoleón, por lo que el gobierno siguió en manos de las Cortes de Cádiz, cuya política de reformas liberales ya despertaba polémicas. Las Juntas originales contaban con la oposición de quienes no aceptaban la toma de poder por parte del pueblo. La división se agravó por la actitud reformadora de las Cortes. Las medidas que éstas adoptaron, en particular la Constitución de 1812, eran sumamente radicales. Si los ilustrados de fines del siglo XVIII habían sido encarcelados o desterrados por proponer una flexibilización del sistema absolutista, los liberales de 1812 pedían abiertamente el fin del absolutismo. Las estructuras sociales, económicas y políticas del Antiguo Régimen fueron sustituidas de la noche a la mañana por las de un Estado que no era ni monarquía ni democracia. Cuando el ejército napoleónico firmó la rendición y Fernando VII regresó a España en 1814, no sólo el ejército sino también un tercio de los diputados de las propias Cortes le exigieron que anulara las reformas. El 4 de mayo de ese año el rey firmó los decretos por los que recuperaba la soberanía absoluta y descartaba toda la labor de las Cortes de Cádiz. Luego de muchas luchas y agitaciones, Fernando VII retomó completa y definitivamente el poder en 1823, gracias a la intervención de tropas francesas de la Santa Alianza. La primera experiencia liberal española había terminado.

Demográficamente la guerra causó la pérdida de casi un millón de vidas, y económicamente España quedó destrozada. El carácter total de la contienda, con los saqueos para la subsistencia de las tropas y el paso de los ejércitos una y otra vez por el mismo territorio (Madrid cambió seis veces de dueño), dejaron la tierra asolada y el país exhausto. Pero los conflictos no habían terminado, pues España seguía involucrada en otras guerras de independencia: las americanas. Sólo que ahora tenía el papel de potencia ocupadora.

II. La independencia americana

Hacia fines del siglo XVIII la clase alta criolla constituía en las colonias americanas una potente fuerza socioeconómica. Enriquecidos gracias al éxito sostenido de una economía diversificada y al aumento del comercio trasatlántico, los terratenientes y grandes comerciantes criollos desarrollaron una identidad colectiva y un orgullo crecientes. Muchas fortunas ascendían ya a varias generaciones, y de hecho la situación americana era, en varios sentidos, privilegiada con respecto a la peninsular. Las reformas ilustradas borbónicas, muy limitadas y poco eficaces, no eran suficientes para el desarrollo económico de las colonias y se interpretaban como un recrudecimiento de la hegemonía metropolitana sobre las colonias. Los americanos se daban cuenta de que su prosperidad no dependía ya de la capital imperial, sino que, por el contrario, la dependencia política, económica, judicial y administrativa constituía un obstáculo para sus posibilidades de expansión. Ya no toleraban ser tratados como inferiores por los peninsulares, y multiplicaron sus reclamos de mayor autonomía administrativa y mejores oportunidades comerciales.

En las posesiones de España, Inglaterra y Portugal esta situación conduciría a la independencia. En las colonias francesas, holandesas y danesas, mucho más pequeñas y fragmentadas (así como en las islas de Cuba y Puerto Rico, que pertenecieron al imperio español hasta 1898), y en algunas posesiones inglesas, la independencia se produciría más tarde. La situación colonial continúa incluso hasta nuestros días en algunos territorios. También se dieron casos de ocupación colonial posteriores a la independencia de las colonias inglesas y españolas, como la anexión por parte de Inglaterra de las Islas Malvinas pertenecientes a Argentina (Falkland Islands) en 1833.

De manera muy general, puede decirse que en la América hispana, como en la anglosajona y la lusitana (Brasil se independiza de Portugal en 1822), la ruptura definitiva se produjo cuando las clases altas americanas no pudieron ya identificar sus formas de pensar, sus aspiraciones económicas y sus concepciones políticas con las de la metrópoli y encontraron otros modelos: en lo económico, el libre comercio, y en lo político y social las "nuevas ideas" o la "Ilustración"—es decir, lo que actualmente suele resumirse con el nombre de liberalismo clásico. Las razones de la independencia no fueron las mismas en todos lados ni todo el tiempo, y las motivaciones de los que participaron en el proceso eran muy distintas y, a menudo, contradictorias.

El proceso estuvo marcado por una doble oposición: con respecto a los españoles, los americanos argumentaban los síntomas de decadencia que según ellos exhibía el Viejo Mundo: una sociedad agotada y sin posibilidades de renovación a la que enfrentaban la figura de una América todavía "virgen", con un futuro cargado de promesa. Por otro lado, en tanto blancos, se distinguían a sí mismos de las demás "razas americanas," a las que atribuían inferioridad y vicios "naturales" que no les permitirían conducir el continente hacia ese futuro. Los criollos se presentaban así como una combinación de "lo mejor de ambos mundos", eslogan que se repitió en el discurso de muchos pensadores y políticos americanos posteriores.

De la liberalización a la independencia

Legalmente, los territorios americanos no formaban parte del territorio español ni eran una dependencia de éste, sino que pertenecían directamente al rey (el territorio era patrimonio de la persona del monarca: una situación similar a la que ligaba al feudo con el señor feudal). Así pues, desde un punto de vista jurídico era posible sostener que las abdicaciones forzadas de Carlos IV y Fernando VII habían interrumpido los vínculos existentes entre la Corona y los americanos, y que las colonias habían quedado por lo tanto sin gobernantes legales. Las autoridades coloniales habían sido designadas por la Corona, pero ésta se hallaba en manos del usurpador napoleónico. Muchos criollos pensaban que tenían el derecho—y aun la necesidad—de tener su propio gobierno.

Algunos movimientos comenzaron jurando fidelidad a Fernando VII: declaraban que sus objetivos eran defender y preservar las colonias hasta el regreso del rey al trono. Sin embargo, los virreyes, gobernadores militares y demás cargos nombrados por la Corona antes de la abdicación rechazaron casi siempre los intentos de formar juntas locales similares a las creadas en España. La propia Junta española, por su parte, a pesar de su orientación liberal y de que en teoría reconocía la igualdad jurídica de españoles y americanos, en la práctica colocó a los habitantes de las colonias en un plano inferior: América y las Filipinas tenían derecho a sólo 10 diputados en la Junta, frente a los 36 de la Península, a pesar de la superioridad demográfica y geográfica de los territorios de ultramar.

La actitud colonial no podía ser abandonada de la noche a la mañana. La intransigencia de las autoridades coloniales españolas, la brutalidad con que las Juntas fueron reprimidas y la actitud reaccionaria de Fernando VII una vez que recuperó el trono, sólo sirvieron para radicalizar aún más las posiciones y anular toda posibilidad de negociación. Lo que a veces empezó como un reclamo de cambios moderados pronto condujo en casi todo el territorio americano a un levantamiento independentista.

Raza y clase en el contexto de la independencia

Algunos de los levantamientos iniciales exhibieron un carácter muy radical y popular que atemorizó a los sectores criollos más acomodados. Esto fue lo que ocurrió en México con la rebelión iniciada por el "Grito de Dolores" del sacerdote Miguel Hidalgo en Dolores (actual Dolores Hidalgo, en Guanajuato), en septiembre de 1810. Las tropas rebeldes fueron aplastadas por el ejército del virrey, e Hidalgo y los principales dirigentes fueron ejecutados en 1811. En el sur del país el también sacerdote José María Morelos dirigió otra insurrección. Aunque esta vez los rebeldes ocuparon Oaxaca y Acapulco, convocaron un Congreso, proclamaron la independencia de México y hasta redactaron la primera Constitución mexicana (en octubre de 1814), fueron finalmente vencidos, y Morelos fue apresado y ejecutado en 1815. Tanto Hidalgo como Morelos exigían derechos para los seres más oprimidos por el sistema colonial: esclavos, mulatos, indios y mestizos. Ambos revolucionarios se ampararon en la figura sincrética popular de la Virgen de Guadalupe, cuyo culto entre las masas la hacía madrina de los desposeídos. La clase alta criolla les negó su apoyo, viéndolos como demagogos al frente de una multitud "bárbara" y "peligrosa." Hidalgo había ordenado la libertad inmediata de los esclavos (bajo pena de muerte para los amos), el fin de los impuestos que pesaban sobre los pequeños productores (indios en su inmensa mayoría), y la eliminación de trámites burocráticos que eran parte esencial de la dominación letrada "blanca". Esto suponía un ataque no sólo contra la autoridad colonial sino también contra los privilegios de los criollos ricos, que de inmediato se aliaron con los españoles.

En México la afinidad entre la clase alta criolla y las autoridades españolas se explicaba por el hecho de que la región había sido el centro más importante de la América Española y se había mantenido desde entonces en estrecho contacto con la metrópoli, siendo sede de una gran maquinaria política, militar, social y cultural ligada al imperio. En Lima, capital del Virreinato del Perú, la distancia geográfica y la dificultad de comunicación con España favorecieron un sentimiento de aislamiento en la población blanca, que se sentía rodeada por una inmensa mayoría india y mestiza. Los criollos limeños compartían con los españoles una situación de riqueza y un orgullo de casta muy fuerte, y preferían seguir bajo el dominio colonial a exponerse a una revolución compartida con indios y mestizos. Por tal motivo, Lima sería un bastión de las fuerzas monárquicas durante toda la guerra, y Perú fue el territorio continental que más tiempo resistió a los ejércitos criollos, hasta la batalla decisiva de Ayacucho (8 de diciembre de 1824), que marcó el fin del poder militar español en el territorio continental.

La situación fue distinta en algunas ciudades abiertas al comercio exterior como Buenos Aires y Caracas. Allí las ideas liberales o "francesas" habían penetrado profundamente en las clases alta y media criollas, la educación laica había prosperado y muchos jóvenes habían realizado parte de su formación en Europa, entrando en contacto directo con el ambiente de la Ilustración y empapándose de las posibilidades económicas que ofrecería una mayor liberalización. En estas ciudades, como antes en Quito y luego en Chile, las juntas creadas entre 1809 y 1810 decretaron como primera medida la libertad de comercio (autorización a comerciar con otras naciones), poniendo fin al control directo de la península sobre todas las importaciones o exportaciones americanas. En Buenos Aires la burguesía local e incluso los sectores más conservadores de la población coincidían en que había llegado la hora de librarse del control español y asumir el control político y económico de la región. En 1810 la ciudad se transformó en el primer centro urbano importante en ser liberado definitivamente del poder español.

Desarrollo del conflicto

El proceso de independencia puede dividirse en dos grandes fases. La primera, desde 1808 hasta 1814, se caracteriza por la actuación de las juntas que, al igual que en España, se constituyeron en las ciudades más importantes. En este período hubo profundas divisiones internas, los éxitos militares fueron variables y muchos actores cambiaron de bando. Hubo quienes empezaron apoyando la independencia pero se aliaron con los españoles cuando creyeron que la revolución era demasiado peligrosa; hubo quienes empezaron defendiendo a España y luego se pasaron a la causa de la independencia; y hubo muchos que cambiaron una o más veces de bando según sus intereses.

El primer escenario de triunfos definitivos fue el Río de la Plata, donde el gobierno de Buenos Aires mantuvo un ejército que aseguró la libertad de la actual Argentina y condujo campañas militares en el Alto Perú (actual Bolivia), bajo el mando del general José de San Martín, militar criollo formado en las academias españolas. En 1811, José Artigas lideró un levantamiento que en pocos meses se apoderó de toda la Banda Oriental (actual Uruguay), excepto la capital, Montevideo. Aunque Montevideo cayó en manos rebeldes en 1814, la Banda Oriental fue invadida desde Brasil por los portugueses, y no se volvería independiente hasta 1827.

Aunque hubo levantamientos a lo largo de todo el continente, el otro gran polo de insurgencia durante este primer período fue, además de Buenos Aires, Nueva Granada (las actuales Venezuela y Colombia). Allí el proceso estuvo dominado por la figura del venezolano Simón Bolívar, conocido popularmente por la historiografía posterior como "el Libertador". Bolívar sostenía la necesidad de estrechar los lazos entre los países americanos. Fue uno de los más inteligentes y hábiles líderes de la época, y representa en el imaginario continental el primer gran defensor de la unidad latinoamericana. A lo largo de su vida dirigió o participó de manera decisiva en las luchas de independencia de cinco países sudamericanos: Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia.

En Nueva Granada los levantamientos fueron debilitados por las constantes luchas y divisiones internas: entre los distintos líderes, entre las distintas opciones de gobierno propuestas, y entre las distintas regiones involucradas. Todo lo cual se complicó, como en otras partes, por numerosos cambios de bando y alianzas. Este fenómeno fue frecuente en toda América. En Colombia, por ejemplo, una larga lucha enfrentó a federales (partidarios de una federación de provincias autónomas) y unitarios (defensores de un gobierno central fuerte y único), algo que ocurrió también en el Río de la Plata. Tales situaciones se prolongarían hasta mucho después de la Independencia, conduciendo a numerosas guerras civiles durante el siglo XIX hispanoamericano.

En 1814, tras el regreso de Fernando VII al trono y una serie de victorias de los ejércitos españoles en América, comenzó una etapa de contraofensiva imperial. En Venezuela los realistas, a quienes se habían unido los temidos llaneros de José Boves, vencieron a Bolívar, que tuvo que huir al Caribe. Desde allí escribió la llamada "Carta de Jamaica", en la que hacía predicciones sobre las futuras repúblicas independientes de América. A comienzos de 1816 los actuales Argentina y Paraguay eran los únicos territorios donde la revolución se mantenía triunfante.

En 1817 comienza una nueva ofensiva independentista. En 1819, Bolívar cruza los Andes, ocupa la actual Colombia, que se declara independiente, y es elegido presidente del nuevo estado. En 1821 la batalla de Carabobo supone la derrota definitiva de los españoles en Venezuela, y en 1822 el ejército bolivariano dirigido por Antonio José de Sucre vence en la batalla de Pichincha, que decide la independencia del actual Ecuador. En el sur, el general José de San Martín logra en 1817 algo que parecía imposible: atravesar los Andes con un ejército. Unido al chileno Bernardo O'Higgins, derrota al ejército español, que en 1818 debe abandonar definitivamente Chile. Desde Chile, San Martín planea la invasión del Perú, último bastión español en América del Sur. La expedición conquista Lima en julio de 1821, proclamando la independencia del país. San Martín fue nombrado "protector" del Perú, convocó un Congreso Constituyente en 1822 y se dirigió a Guayaquil para entrevistarse con Bolívar, a fin de coordinar esfuerzos y terminar con la resistencia española.

El 26 de julio de 1822 Bolívar y San Martín, las dos grandes figuras de la emancipación americana se reunieron para discutir el final de la guerra y el futuro político del continente. Pero no lograron alcanzar un acuerdo. Además de las diferencias estratégicas y políticas (San Martín era partidario de una monarquía), el argentino consideraba que los libertadores debían apartarse de la escena política, mientras que Bolívar aspiraba a mantener su condición de líder tras la independencia. San Martín, que no contaba con el apoyo de la burguesía limeña, cedió el control de Perú a Bolívar y se retiró casi completamente de la vida pública. Entonces las fuerzas realistas recuperaron Lima; pero una última contraofensiva del ejército bolivariano, al mando del general Sucre, y las derrota en las batallas de Junín y Ayacucho (junio y diciembre de 1824), marcaron la victoria definitiva de los independentistas.

En México y Centroamérica el proceso fue totalmente distinto. En México, entre 1815 y 1821 sólo hubo un foco revolucionario, en el sur del país. En 1821 algunas fuerzas realistas se aliaron con los insurrectos, y el mismo año llegó desde España un nuevo virrey que firmó con los rebeldes un tratado por el que se declaraba la independencia. El principal estratega de ese tratado fue Agustín de Iturbide, que se transformaría en líder del nuevo estado. La independencia se logró menos en el campo de batalla que por una serie de arreglos entre los principales líderes políticos, económicos y militares de la región, que procuraron a toda costa evitar un conflicto militar generalizado. En Centroamérica los intentos de rebelión ocurridos a partir de 1811 fracasaron. En conjunto, el proceso de independencia en los territorios de la capitanía general de Guatemala fue menos violento que en otras regiones y también más tardío. En 1822 Iturbide incorporó Centroamérica al efímero Imperio Mexicano. En 1823, tras la abdicación de Iturbide, se crearon las Provincias Unidas del Centro de América, que durarían hasta 1842.

El nuevo orden

Entre los líderes de las guerras de independencia hubo grandes diferencias: desde militares de carrera como Sucre, San Martín o el propio Simón Bolívar, hasta los llamados caudillos como Boves, el líder de los llaneros, o el uruguayo José Artigas, cuyas tropas estaban formadas por gauchos, indios y criollos. El caudillo es un líder surgido generalmente en el medio rural. Su poder se basa a veces en la propiedad de la tierra pero no es necesariamente un terrateniente (ni Boves ni Artigas lo eran). En realidad, su poder dependía más bien de su carisma y su influencia sobre sectores populares que se sentían representados por él. Durante el siglo XIX el caudillismo sería un factor clave en la vida latinoamericana, por la fuerza de las tropas que el caudillo era capaz de convocar en tiempos de guerra y la cantidad de votantes que respondían a sus órdenes en tiempos de paz. Si bien algunos caudillos se hicieron famosos por el salvajismo que les atribuían sus rivales, muchos de ellos fueron también inteligentes líderes políticos, excelentes estrategas, brillantes estadistas, o todo eso a la vez. Casi cada región y cada zona tuvo su caudillo, el cual no siempre apoyó la independencia; Boves, por ejemplo, estuvo aliado con los españoles por motivos personales la mayor parte del tiempo.

Una vez obtenida la independencia, la pregunta era quién se haría cargo del poder. Las clases criollas urbanas veían con recelo el poder de los caudillos, y viceversa. Las ciudades rivalizaban entre sí y las clases urbanas con los terratenientes del interior. Todos entendían que algo sin precedentes acababa de ocurrir: la independencia política de todo un continente y la consiguiente formación de numerosos nuevos países. Si la independencia se había decidido en el terreno de batalla, gracias a militares y caudillos, el futuro político, económico y administrativo de las nuevas naciones iba a decidirse en las oficinas de las capitales, donde los políticos e intelectuales tenían ventaja.

Hacía falta dar un sistema político, económico y administrativo a los nuevos estados, pero también imágenes que expresaran su identidad como nación. Nadie sabía exactamente qué significaba ser "chileno", "peruano" o "mexicano". Las respuestas se ensayaron en la política pero también a través de la literatura, el arte, en fiestas, actos oficiales, celebraciones públicas, desfiles, competencias, bailes y espectáculos. Todas estas actividades ponían en escena una visión de la Patria, algo de lo que todos hablaban y a la que todos tenían que amar, aunque nadie podía definir del todo. De hecho, en la mayoría de los casos ni siquiera se habían fijado los límites geográficos de los distintos países.

Líderes políticos y artistas insistieron en dos tipos de ideas: la imagen de una Europa agotada o decadente que había sido desplazada por una América joven y exuberante, y la necesidad de paz y unión entre los ciudadanos para construir el futuro de felicidad por el cual se había luchado. En ambos casos se utilizaron oposiciones tajantes: con respecto a España se propusieron dicotomías como pasado y futuro, tiranía y libertad, oscurantismo y progreso. Para hablar del futuro americano las antítesis eran guerra y paz, ciudad y campaña, miseria presente y utopía futura, y—una de las más famosas—civilización y barbarie.

Los criollos que habían dirigido el proceso de la independencia creían que estas contradicciones eran el principal peligro que afrontaban, e hicieron lo posible por reforzar la unidad y espantar el fantasma de la guerra civil. La historia de Hispanoamérica en el siglo XIX demostraría que sus temores eran fundados.