Capítulo 6: El siglo XX en Hispanoamérica: revoluciones, dictaduras, globalización

Contexto histórico

La modernización

El siglo veinte se inicia en Hispanoamérica con la modernización en pleno auge—un proceso complejo que había comenzado en el último cuarto del siglo anterior. La producción agrícola y ganadera se tecnifica gracias a la introducción y desarrollo de nuevas razas bovinas y ovinas, nuevas variedades y técnicas de cultivo y sobre todo las sucesivas tecnologías de conservación de productos alimenticios, principalmente el enlatado y el frigorífico, que permiten ampliar la participación latinoamericana en los mercados europeos y norteamericanos. En la primera mitad del siglo XX, y en particular durante las dos guerras mundiales, las exportaciones de carne, lana, cereales, café y otros productos agrícolas hicieron que la balanza comercial con Europa y Norteamérica gozara de un superávit, algo que no volvería a producirse después de 1960.

La modernización supone también un incipiente desarrollo industrial, en un continente hasta entonces casi exclusivamente dedicado a la producción de materias primas. Se produce una rápida urbanización, reforzada por un impresionante flujo migratorio. Entre fines del siglo XIX y principios del siguiente la Ciudad de México y Buenos Aires triplicaron su población en menos de veinte años. En Argentina, Brasil y Uruguay, la inmigración cambió radicalmente la sociedad. La modernización permitió además una mayor presencia del Estado. Los transportes y comunicaciones reducen las distancias, favoreciendo la influencia del gobierno central sobre el conjunto del país: las sublevaciones de caudillos, con sus masas de lanceros a caballo, se vuelven inoperantes ante un ejército regular que dispone del telégrafo para comunicarse de una punta a otra del país, del ferrocarril para movilizarse por las grandes extensiones y de la ametralladora para neutralizar las cargas de la caballería rural. La ciudad termina por imponer sus proyectos centralizadores sobre la campaña. Todos los instrumentos del control estatal se perfeccionan y tecnifican: el sistema de impuestos, el control policial, la organización judicial y administrativa. El pensamiento de los intelectuales, enseñado en las escuelas, difundido en los medios de comunicación, e impuesto por los ejércitos gubernamentales, desplaza a la voluntad personal y local de los caudillos.

Los nuevos elementos de la vida política

Esta nueva capacidad del Estado para imponer su voluntad introduce nuevos elementos en el panorama político. Uno de ellos es el ejército nacional, ahora profesionalizado y que se convierte en un actor principal de ahora en adelante. A menudo los jefes militares se enfrentarán a los políticos y querrán imponer su propia visión, o simplemente asumir ellos mismos el mando. El Estado había desarrollado el ejército para que su poder fuera muy superior al de cualquier otra fuerza interna (caudillos, levantamientos populares, etcétera). La consecuencia fue que, si el ejército decidía desobedecer al Estado (y esto ocurriría frecuentemente), no había nadie capaz de impedírselo. Las dictaduras militares se volverán casi tan frecuentes a lo largo del siglo XX como lo habían sido las guerras civiles en el anterior.

Además del ejército profesional, otras figuras hacen su aparición en el escenario hispanoamericano. Una de ellas es la nueva clase dirigente. Las viejas familias patricias tenían sus raíces en la época colonial y asumían una superioridad casi aristocrática. Con la modernización, el poder de esa minoría (la oligarquía) no desaparece, pero la minoría misma se transforma: ahora grandes empresarios, comerciantes y altos funcionarios públicos, además de los eventuales militares, comienzan a compartir el poder con la vieja clase patricia.

Otra presencia nueva, y fundamental, es el político profesional, principalmente el de carácter populista. Como el caudillo, sus principales armas son el carisma, la astucia política y la capacidad de movilizar grandes masas; pero, a diferencia del caudillo, la acción del nuevo político no se funda únicamente en la relación personalizada con los ciudadanos sino en su capacidad de operar a distancia, usando los medios de comunicación y las estructuras de los nuevos partidos políticos, de alcance nacional, que se multiplican durante las primeras décadas del siglo en todo el continente. Los partidos políticos ya no responden a los reclamos de una región, sino a los de un grupo o clase social, y operan a escala nacional. También aquí lo nacional termina por desplazar a lo local.

El político populista basa su poder en la relación que establece con otro nuevo actor de la escena política latinoamericana: "el pueblo", esa "masa" anónima de individuos que en el siglo XX aumenta su influencia en la vida política del país. Los gobiernos populistas, surgidos ya sea de elecciones o de golpes de estado, invocarán al pueblo como el objeto de sus esfuerzos, aunque en la práctica a menudo le darán poca participación activa en la toma de decisiones. En el otro polo, el pueblo mismo asumirá un carácter de agente más pronunciado. A veces por la vía de las urnas, se eligen gobernantes que apoyan vastas reformas populares, como el argentino Hipólito Yrigoyen (electo presidente en 1916), y sobre todo el uruguayo José Batlle y Ordóñez (reelecto en 1911), que instala en Uruguay el primer estado de bienestar público del hemisferio. Los movimientos sindicales crecen y se transforman en un grupo de presión importante que estará en la base del poder de gobiernos populistas como el de Juan Domingo Perón en Argentina. El peronismo, como se llamó al movimiento político iniciado por él, supuso una nueva presencia de las masas trabajadoras en la vida política del Cono Sur. Alcanzó una larga supervivencia, basada tanto en las medidas políticas concretas de Perón como en su carisma y el de su esposa, Eva Duarte, más conocida como "Evita".

En varias partes del continente, sin embargo, los reclamos populares a menudo fueron reprimidos violentamente por los grandes terratenientes, la alta burguesía, el ejército y las empresas extranjeras, ligados entre sí por alianzas más o menos estables. En 1907, por ejemplo, los trabajadores de las minas de sal chilenas exigieron mejoras salariales y en sus condiciones de vida. Unos 2,000 manifestantes se reunieron en la escuela del pueblo chileno de Santa María de Iquique, donde fueron asesinados con ametralladoras por tropas del gobierno. El enfrentamiento entre la "oligarquía" y el "pueblo" se transformó muy pronto en un conflicto social en Latinoamérica. Este enfrentamiento adoptó varias formas. En algunos casos se resolvió mediante elecciones, como en Chile mismo, donde Arturo Alesandri fue elegido presidente en 1920 e impulsó una política popular hasta ser obligado a renunciar en 1931 y donde el socialista Salvador Allende impulsó entre 1970 y 1973 un gobierno socialista. En otros, los cambios se produjeron por las armas (como en Cuba y Nicaragua). En la mayoría de los casos, la evolución fue determinada por la presión de los militares.

Nacionalismo y populismo

Una característica de los gobiernos populistas es su nacionalismo. En todo el continente, el estado toma a su cargo o interviene en numerosos servicios públicos y recursos naturales, y algunos países hispanoamericanos, incluyendo a los dos más grandes, Argentina y México, nacionalizan el petróleo. El nacionalismo será la bandera de regímenes tan distintos como el peronismo argentino, la revolución cubana y las dictaduras de corte fascista de los años 70.

Además del sentimiento y la retórica del patriotismo, el nacionalismo se nutre de otros factores. El neocolonialismo europeo, principalmente inglés, había dejado paso al estadounidense, mucho más radical en su intervencionismo en la vida cotidiana de los países latinoamericanos. La política de Inglaterra había sido la de ejercer presiones indirectas para favorecer los intereses de las empresas privadas británicas. Pero la nueva potencia colonial, Estados Unidos, desarrolló de manera sistemática alianzas políticas y militares con grupos locales y llegó a intervenir frecuentemente con su ejército o mediante sus aliados regionales. Esta actitud abarcó desde numerosas campañas en Centroamérica y el Caribe desde principios de siglo, hasta el apoyo a regímenes dictatoriales (incluyendo el entrenamiento en técnicas de tortura llevado a cabo por agentes de la CIA), pasando por casos aislados de intervención militar, como la invasión de Santo Domingo en 1965 o la de Granada en 1983.

Todo esto producirá una fuerte reacción contra los Estados Unidos en todo el continente latinoamericano, y una consiguiente búsqueda de referentes históricos y culturales europeos. Surgió así la idea de una espiritualidad latinoamericana que en un principio oponía la tradición y mentalidad latinas a las anglosajonas, y muy pronto incorporó también lo indígena. El uruguayo José Enrique Rodó, defensor de la cultura humanista contra el pragmatismo y la modernización, y el marxista peruano José Carlos Mariátegui, que reclamó reconocer la importancia y los derechos de la población india, fueron dos de los más influyentes defensores de esta imagen de América que había sido inaugurada a finales del siglo XIX por el escritor cubano José Martí. Rodó, activo en los primeros años del siglo, era un intelectual al estilo clásico. Mariátegui, veinte años más tarde, fue un ejemplo de "intelectual orgánico" que combinaba la reflexión y la producción escrita con el activismo político. Fundador del Partido Comunista Peruano en 1928, es un ejemplo de la estrecha relación que la cultura latinoamericana mantuvo con la izquierda a lo largo del siglo. A diferencia de lo ocurrido en otras regiones, en la América Hispana la gran mayoría de los artistas y escritores importantes del siglo XX apoyaron abiertamente o mostraron cierta simpatía por la izquierda.

Un nacionalismo algo distinto fue impulsado por la derecha y los sectores conservadores. Las clases altas locales vieron reducida su participación—y sus ganancias—en la economía local, a causa del creciente control ejercido por empresas y gobiernos europeos y norteamericanos. Pero la oligarquía no defendía sólo sus intereses económicos, sino también unos privilegios que tenían a menudo un tinte aristocrático. Para ello debieron enfrentarse por un lado a la intervención extranjera en lo nacional y por otro a los crecientes reclamos de las clases populares. Los líderes militares, por su parte, solían compartir con la oligarquía una visión aristocratizante de la sociedad que les hacía ver a las masas populares como un enemigo natural.

En otros casos, sin embargo, predominó entre los militares una noción casi mística del "pueblo" que promovió políticas populistas y en algunos casos, cambios sociales más o menos radicales. Ejemplos de esto fueron, entre muchos otros, la llamada "revolución humanista" producida en 1968 en Perú por el general Juan Velasco Alvarado, y el gobierno del general Omar Torrijos Herrera (1929-1981) en Panamá entre 1968 y 1978. Con respecto a las potencias extranjeras, los militares defendían la "soberanía nacional", por lo que a menudo se opusieron frontalmente al intervencionismo estadounidense. Torrijos, por ejemplo, logró en 1978 un tratado por el que Estados Unidos se comprometía a devolver el Canal de Panamá al país centroamericano al terminar 1999, lo cual se cumplió. Sin embargo, desde los años 60, con la proliferación de las revoluciones de izquierda, tanto las oligarquías como los militares se acercarían cada vez más a los Estados Unidos.

Las revoluciones

México

A partir de fines del siglo XIX el sistema escolar vive un cierto desarrollo, produciendo un aumento en las tasas de alfabetización. La alfabetización y la urbanización contribuyeron a la creciente importancia de la prensa escrita, que masificó el acceso a la información y posibilitó un activismo político en sectores cada vez más amplios de la población. Los inmigrantes europeos, principalmente los italianos y de Europa oriental, difundieron las ideas anarquistas y socialistas y contribuyeron a la formación de las primeras organizaciones sindicales importantes en el Cono Sur y al surgimiento de partidos políticos de izquierda que tendrán una participación fundamental en la vida latinoamericana hasta fines de los años setenta. Se produjeron numerosos movimientos, protestas y revoluciones a lo largo del siglo, de los cuales los dos más importantes fueron la Revolución Mexicana y la Revolución Cubana.

En 1910 se produce en México la primera de las grandes revoluciones del siglo. Entre un 80 y un 95% de los trabajadores agrícolas carecía de tierras y debía emplearse como peón en los latifundios, y muchas tierras comunales habían sido expropiadas por los latifundistas. Una parte de la clase obrera urbana, muchos intelectuales e incluso algunos sectores de la mediana burguesía se oponían a la continuación de la dictadura de Porfirio Díaz. El opositor Francisco I. Madero convocó a la revolución, y varios líderes rurales se levantaron en armas, entre ellos Pancho Villa, al frente de un ejército formado principalmente por campesinos sin tierra ni trabajo que se apodera del norte del país, y Emiliano Zapata, líder de un movimiento campesino que reclama en el sur una profunda reforma agraria y la devolución de las tierras expropiadas por los latifundistas. Madero accede a la presidencia pero no propone los cambios radicales que esperaban Villa, Zapata y otros, y la revolución continúa después de su asesinato. Tras quince años de lucha casi permanente, el saldo de la revolución es una tradición de desunión, el ejercicio personalista del poder, la corrupción e ideales invocados a fin de satisfacer intereses personales o grupales; pero también el logro de algunas medidas radicales. Se produjo cierta distribución de tierras entre los campesinos y el reconocimiento de los derechos sindicales de los trabajadores; el país tomó el control de sus recursos naturales, entre los que se destaca el petróleo. Por primera vez una nación dependiente intenta—y en cierta medida logra—rescatar sus recursos petroleros de las empresas extranjeras que solían monopolizarlo.

La Revolución Mexicana se alimentó de la enorme desigualdad social que reinaba en México y dio pie a una temprana pero duradera forma de populismo. La Revolución Cubana fue motivada también por las injusticias internas, pero tuvo además un fuerte componente anticolonialista y su base ideológica fue la que caracterizó a la mayoría de las protestas sociales de los años 60 y 70: el socialismo.

Cuba

El general Fulgencio Batista dirigía desde 1952 en Cuba una dictadura con el apoyo de los Estados Unidos, que controlaban la economía y, de manera menos evidente, la política de la isla desde principios de siglo. Fidel Castro, un abogado opositor a Batista, dirige un levantamiento fracasado contra un cuartel militar batistiano (el Cuartel Moncada) y tras un período de prisión es amnistiado. De Cuba pasa a México, donde prepara un nuevo alzamiento junto con un grupo de estudiantes y exiliados en el que figura el médico argentino Ernesto ("Che") Guevara. En diciembre de 1956 desembarcan en Cuba; sufren una derrota pero se refugian en la selva, donde se hacen fuertes. Tres años más tarde los revolucionarios lanzan una ofensiva final contra el régimen de Batista, muy debilitado y ya sin el apoyo de los Estados Unidos. En enero de 1959 terminan de conquistar la isla al entrar en La Habana. Después de un breve gobierno civil, Castro asume directamente el mando, que no ha dejado hasta el presente.

El creciente distanciamiento de los Estados Unidos debido a las nacionalizaciones y expropiaciones de propiedades norteamericanas en la isla y a las cada vez más evidentes simpatías del régimen por la Unión Soviética conducen en 1961 a un intento de invasión en la playa de Bahía de Cochinos (Bay of Pigs), ejecutado por disidentes cubanos y financiado por la CIA norteamericana. El fracaso de la invasión lleva al establecimiento de un embargo comercial por los Estados Unidos que dura hasta el presente. Cuba vivirá un período de prosperidad gracias al apoyo soviético y a la buena situación del mercado del azúcar, que se transforma en casi la única fuente de ingresos del país. El gobierno logra grandes avances sociales, como la provisión de trabajo, alimentación, vivienda, educación y servicio médico gratuitos para toda la población. Se intenta entonces "exportar la revolución" apoyando intelectual o militarmente movimientos revolucionarios en América Latina y África (principalmente en Angola). Por otro lado, las libertades individuales se mantienen severamente limitadas y desde 1965 no se permite otra fuerza política que el Partido Comunista Cubano. Con la caída de los precios del azúcar y la desaparición de la Unión Soviética, sumadas al mantenimiento del bloqueo, desde principios de los años 90 Cuba entra en una profunda crisis económica —el llamado "período especial"—que la mantiene al borde del colapso durante la década de los 90 y parte de la siguiente. La economía cubana ha intentado recuperarse en los últimos años mediante el desarrollo intensivo del sector turístico. En el 2006, una crisis de salud que todavía continúa llevó a Fidel Castro a delegar sus poderes en la persona de su hermano menor Raúl. En 2008 Raúl fue elegido presidente, y desde 2009 ha efectuado cambios radicales en las altas esferas de la jerarquía revolucionaria, intentando afirmar con ellos su propia autoridad.

Las dictaduras militares

Las grandes desigualdades sociales, la influencia de los movimientos de izquierda, la inflexibilidad de las oligarquías locales, el resentimiento ante el neocolonialismo estadounidense, la violencia ejercida a menudo por el Estado, la desilusión ante lo que muchos consideraban el fracaso de los intentos populistas por mejorar las condiciones de vida de amplios sectores de la población, y la popularidad de figuras como el Che Guevara, Fidel Castro y la revolución cubana, promovieron durante los años 60 una multiplicación de movimientos guerrilleros. Inspirados en el sistema soviético y la experiencia cubana, y a menudo apoyados directa o indirectamente por Cuba, estos movimientos gozaron de cierta popularidad en las clases medias urbanas. A diferencia de levantamientos anteriores, como la Revolución Mexicana o la Revolución Nacional Boliviana de 1952, estos casos no aparecían aislados sino que respondían a un modelo internacional y mantenían contactos con otros movimientos. La guerrilla no fue sin embargo el único motivo de efervescencia política de los años 60: las protestas obreras, generalmente coordinadas por poderosos sindicatos nacionales, se multiplicaron y a menudo se combinaron con manifestaciones universitarias que llegaron a producir violentos enfrentamientos con la policía y el ejército (similares—aunque a menudo anteriores—a los de mayo de 1968 en Francia).

A pesar de la intensidad de estos movimientos casi todos ellos fracasaron, generalmente por la oposición de los militares y de las oligarquías tradicionales, apoyadas en muchas ocasiones por el gobierno norteamericano. En América del Sur los gobiernos populares sucumbieron ante la presión de los militares, que se hicieron cargo del poder reiteradamente en casi todos los países. La dictadura militar más larga fue la del Paraguay, donde el general Alfredo Stroessner gobernó entre 1954 y 1989. En los años 70 sucesivos golpes de estado pusieron fin a algunos de los gobiernos más progresistas del continente, como el del socialista Salvador Allende en Chile. Similares al golpe militar chileno de 1973, liderado por Augusto Pinochet, fueron los ocurridos en Uruguay (1973), Argentina (1976), y Bolivia (1979). Mientras tanto, en Centroamérica los conflictos entre las guerrillas y los gobiernos militares se agravaban, produciendo enormes números de víctimas entre la población indígena. En Nicaragua triunfó en 1979 la Revolución Sandinista, que fue luego combatida por los Estados Unidos, que financiaron a las guerrillas contrarrevolucionarias y sometieron al país a un cerco militar y económico.

Entre los grandes países del continente sólo México ha mantenido gobiernos civiles. El partido de la Revolución Mexicana, desde mediados de siglo transformado en Partido Revolucionario Institucional (PRI), vence en todas las elecciones y con la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940) se sientan las bases de una industrialización y nacionalización efectivas y un creciente reparto de tierras. El régimen tenía poco de democrático, sin embargo: las primeras elecciones realmente pluralistas se produjeron en 1979. En julio del 2000 el PRI perdió las elecciones por primera vez en 71 años.

Post-dictaduras, fin del estado paternalista y globalización

A partir de mediados de los años 80 las dictaduras militares que dominaron la vida política continental de los años 70 comienzan a desaparecer. Los apoyos internos disminuyen: las clases altas y los sectores conservadores, que a menudo vieron con buenos ojos la instalación de un gobierno fuerte, prefieren ahora retomar el control político del país; grupos de presión, entre ellos la Iglesia, reclaman mayores libertades para la población. La desaparición de buena parte de las fuerzas opositoras había conducido a una disminución de las actividades de censura y de represión, lo cual facilitó la reaparición de discursos contrarios al gobierno y la organización de protestas. En el plano externo, Estados Unidos relaja cuando no retira el apoyo que había brindado a la mayoría de las dictaduras, y las presiones internacionales para una democratización aumentan. En el contexto económico internacional se produce un nuevo impulso liberal, por el cual las principales potencias occidentales impulsan en los países dependientes un mercado desregulado, libre de barreras aduaneras y de proteccionismo estatal (al tiempo que, por su parte, mantienen el proteccionismo a sus propias industrias). Este "neoliberalismo" prefiere los sistemas democráticos a los gobiernos militares.

Tal vez los dos factores más notorios del fin de las dictaduras son el agotamiento del proceso político interno y la evolución de la deuda externa. Los dictadores que asumieron el mando en los 70 han envejecido, y las nuevas generaciones de militares, ante la disminución del llamado "peligro comunista" (la Unión Soviética ha desaparecido y Cuba abandona su política de "exportar la revolución"), se vuelcan hacia una función más profesional y menos política del ejército en la vida nacional. En cuanto a la deuda externa, desde comienzos de los 80 ésta se ha vuelto prácticamente impagable en casi todo el continente, y los préstamos destinados al pago de intereses sobre la deuda se vuelven frecuentes. En 2002, por ejemplo Argentina efectuó una dramática devaluación de su moneda luego de declararse incapaz de pagar la deuda externa, la cual había superado ese año el monto total del producto bruto interno. Ese año el índice de pobreza alcanzó el 57% y el de desempleo el 21%. Hubo un período anárquico de dos semanas en 2001 en que el país tuvo cinco dirigentes diferentes. En situaciones como esa, los gobiernos poseen escaso margen de negociación ante organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Tras el retorno a la democracia, estos organismos imponen a los nuevos gobiernos las llamadas "medidas liberales". Una de ellas es la privatización de las empresas y servicios que habían sido nacionalizados, en algunos casos, más de medio siglo antes. El petróleo, las comunicaciones y otros servicios, controlados por el Estado, vuelven al mercado y son adquiridos en su inmensa mayoría por empresas europeas y norteamericanas. Estas ventas favorecen, en la mayor parte de los casos, altísimos niveles de corrupción: numerosos políticos se enriquecen y varios países latinoamericanos ceden sus riquezas en condiciones sumamente desventajosas. La presión de los países industrializados impone también el abandono de las políticas sociales del populismo: beneficios adquiridos en la primera mitad de siglo son eliminados, instalándose por ejemplo la llamada "flexibilización laboral", por la cual las empresas pueden despedir más fácilmente a sus empleados a fin de resultar más competitivas a nivel internacional.

Para las grandes masas de trabajadores esto supone una situación de inseguridad que produce descensos radicales en el nivel de vida y la estabilidad social de casi todos los países de Suramérica El exilio político casi desaparece, pero aumenta en cambio la emigración por motivos económicos y la dependencia de algunas economías rurales pobres de estrategias de supervivencia como el cultivo destinado a la producción de drogas, cuya exportación ha desarrollado el narcotráfico. En Colombia y otros países el enfrentamiento entre el gobierno, los narcotraficantes, los grandes propietarios de la tierra (que poseen sus propios ejércitos privados), y los movimientos guerrilleros activos ha conducido a una situación de violencia endémica agravada por ser la violencia la opción más lucrativa y a menudo la única viable para miles de personas.

En los años 90 se ha producido otro fenómeno que algunos observadores han comparado a las revoluciones izquierdistas del pasado: el fortalecimiento de los movimientos indígenas. Aunque originados a comienzos de siglo en países como México, Brasil y el Perú, los movimientos indígenas modernos adquieren mayor visibilidad en la política latinoamericana a partir de los años 70, principalmente con la acción de grupos en México, Centroamérica y la región andina. Durante los años 80 y 90 varios grupos indígenas han logrado que la comunidad internacional escuche sus reclamos y han hallado vías para atenuar la violencia de la que han sido objeto, principalmente en El Salvador y Guatemala. La primera personalidad de estos movimientos ha sido la guatemalteca Rigoberta Menchú. Algunos de los hechos destacados en este tema han sido la aparición en 1994 en México del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), la elección del indígena Alejandro Toledo como presidente del Perú en el 2001 y de Evo Morales en Bolivia en el 2006.

Estos acontecimientos sin duda reflejan también otra tendencia reciente: la elección de líderes cuyas agendas políticas y económicas se apartan de las medidas neoliberales impuestas por organismos internacionales e implantadas por sus predecesores, y que tuvieron efectos impactantes sobre el orden social. Es el caso de los ya mencionados Alejandro Toledo y Evo Morales, pero también el de Hugo Chávez y su "Revolución Bolivariana" en Venezuela, Luiz Inácio Lula da Silva en el Brasil, Michelle Bachelet en Chile, Néstor Kirchner en Argentina (seguido de su esposa Cristina en 2007), Tabaré Vázquez en Uruguay, Daniel Ortega en Nicaragua, y en enero de 2008 Álvaro Colom en Guatemala. Los une a todos el deseo de recuperar—en mayor o menor grado—el papel principal del Estado en los asuntos económicos y por lo tanto políticos de la nación. Algunos comentaristas ven en ellos una versión actualizada del populismo tradicional latinoamericano; otros los consideran un intento de abrir una vía alternativa para alcanzar finalmente el desarrollo nacional y continental.

La producción cultural

El siglo XX representó un salto cualitativo en la producción cultural latinoamericana. Las tradiciones amerindias, afroamericanas y europeas fueron reclamadas por los creadores latinoamericanos e inspiraron novedosas tendencias de vanguardia durante los años 20 y 30. En pintura destacó la escuela muralista mexicana, representada entre otros por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. El muralismo, movimiento artístico de carácter indigenista, surgió tras la Revolución Mexicana vinculado al proyecto de producir un arte institucional socializado y de intención pedagógica. Rechazaba la pintura tradicional, así como cualquier otra obra procedente de la alta cultura, y estaba a favor de la producción de obras monumentales para el pueblo en las que se retrataba la realidad mexicana, las luchas sociales y otros aspectos significativos de la historia popular. A partir de 1930 el movimiento se internacionalizó y se extendió a otros países de América, principalmente Argentina, Perú y Brasil, y fue adoptado incluso por Estados Unidos en algunos de sus edificios públicos.

En los años 60 la riqueza histórica, social y cultural latinoamericana, la sólida formación de muchos intelectuales y el entusiasmo ligado a la Revolución Cubana y los movimientos libertarios contribuyeron a la aparición del llamado boom de la narrativa latinoamericana, el movimiento literario más importante del siglo en el continente. El primer Premio Nobel de Literatura recibido por un escritor latinoamericano fue concedido a la poeta chilena Gabriela Mistral en 1945; pero a partir de los años 60 lo recibieron el narrador guatemalteco Miguel Ángel Asturias en 1967, el poeta chileno Pablo Neruda en 1971, el narrador colombiano Gabriel García Márquez en 1982 y el poeta y ensayista mexicano Octavio Paz en 1990. La narrativa latinoamericana fue traducida y leída con avidez en los cinco continentes, e influyó en corrientes literarias de países muy remotos. Las obras de otros escritores como el cubano José Lezama Lima (1910-1976) y el argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) son consideradas entre las más importantes escritas en Occidente en el siglo XX.

Los movimientos e ideales revolucionarios del continente dieron vida también a una modalidad musical llamada canción de protesta o nueva canción durante los años sesenta. A medida que la política se radicalizó aumentó la represión y surgieron dictaduras militares en varios países, las cuales fueron también blanco de la denuncia de la música de protesta. Artistas como Silvio Rodríguez, Víctor Jara y Mercedes Sosa, y agrupaciones como Quilapayún, Inti-Illimani, y el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (Instituto Cubano de Artes e Industrias Cinematográficas) formaron parte de esta etapa políticamente comprometida del movimiento. Últimamente, la canción de protesta ha derivado hacia denuncias de la globalización, las condiciones de vida de los emigrados transnacionales y la contaminación ambiental, a la vez que ha evolucionado hacia formas musicales comercializadas y no "comprometidas" como el punk rock, el rap y el reggaetón. Ejemplos de esta tendencia son la agrupación musical cubana Porno para Ricardo —que combina la naturaleza nihilista del punk con un fuerte ataque al gobierno autoritario de la isla caribeña—, el llamado "reggaetón político", y el "rap de protesta" que se produce actualmente en varios países de habla hispana.