Capítulo 7: La presencia hispana en los Estados Unidos

Contexto histórico

La población hispana—o latina—en los Estados Unidos es diversa y compleja porque abarca una amplia gama de nacionalidades, clases sociales y mestizajes raciales. Representando hoy (2006) el 14% de la población estadounidense, este grupo ha pasado a ser la principal minoría del país. Según el censo del año 2000, el 66% de todos los hispanos en Estados Unidos son de origen mexicano, el 9% puertorriqueños, el 4% de origen cubano, casi el 15% de Centroamérica y América del Sur y el 6% de otros orígenes hispanos.

Estos grupos han establecido comunidades mayoritariamente urbanas: los mexicanos—que también tienen gran presencia en zonas rurales—en las ciudades del suroeste, la costa oeste y Chicago, los puertorriqueños en Nueva York y Chicago y los cubanos en Miami. La densidad de algunas de estas comunidades urbanas crea una presencia concentrada de ciertos grupos que de otro modo no tendrían mayor importancia por sus cifras: los dominicanos, que representan sólo el 2% de la población hispana, constituyen sin embargo el segundo grupo hispano en Nueva York.

La mayor parte de estos grupos ha llegado a Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida por razones políticas o socioeconómicas, y ha tenido que enfrentarse con problemas de integración, cuando no con una discriminación explícita. Algunos estudiosos aseveran que su presencia ha cambiado la naturaleza de la población estadounidense, transformando la metáfora del crisol en el que todos se asimilaban sin retener su cultura en la de una ensaladera de elementos diversos que conservan sus rasgos propios. La relativa juventud de la población hispana augura que en las próximas décadas estos grupos tendrán una creciente influencia social, política, cultural y económica en los Estados Unidos.

La presencia colonial española al norte de Nueva España

La presencia hispana en Estados Unidos se remonta a la época de la conquista del Nuevo Mundo, cuando los españoles hicieron incursiones en el territorio amerindio situado al norte de sus nuevas colonias. Al igual que la exploración de la tierra fronteriza en América del Sur, en el norte ésta solía estar impulsada por la leyenda. Ponce de León llegó en 1513 a lo que bautizó la Florida en busca de la mítica isla Bimini y su fuente de la juventud. Unas décadas después el famoso náufrago Alvar Núñez Cabeza de Vaca recorrería a pie durante ocho años todo el suroeste y publicaría luego de este largo viaje su Relación de 1542 (conocida como los Naufragios), la primera crónica de la topografía norteamericana y de su población amerindia. Cabeza de Vaca no abandonó nunca la esperanza de encontrar las Siete Ciudades de Cíbola (ciudades ricas fundadas según la leyenda por siete obispos portugueses que se habían fugado de la invasión musulmana cruzando el océano), y sugirió en su Relación que Cíbola se hallaba al norte de México, lo cual inspiró sucesivas incursiones en lo que más tarde sería Nuevo México.

Debido a la fuerte resistencia indígena que encontraron, los españoles tardaron en establecerse al norte de México. Hubo una extensa exploración de estos territorios—tanto de sus costas atlántica y pacífica como de su interior—por figuras como Hernando de Soto, descubridor del río Misisipí; pero la colonización de estas áreas fue lenta y limitada, y se concentró sobre todo en lo que hoy son Nuevo México y Texas, enfrentando repetidas sublevaciones de los habitantes originales, los indios Pueblo. Sin embargo, cada vez que se presentó una amenaza extranjera a su posesión territorial, los españoles respondieron para proteger sus intereses. En 1565 fundaron en la Florida la primera colonia norteamericana, San Agustín, después de arrebatarles a unos colonos franceses protestantes el control de la región. Los españoles no se establecieron firmemente en California sino hasta fines del siglo XVIII, cuando construyeron los fortines militares (presidios) de Monterrey (1770), San Diego (1769) y San Francisco (1770).

La adquisición estadounidense de territorio mexicano

La independencia de las colonias españolas de América causó una reconfiguración de los territorios norteamericanos. España vendió Florida a Estados Unidos en 1821 por cinco millones de dólares y tuvo que ceder los demás territorios a la nueva República de México, por lo que ésta creció hacia el norte hasta Oregón y hacia el este hasta Texas.

En Texas se produjo una evolución demográfica anómala que terminó por desestabilizar el control mexicano en todos estos territorios. Después de que EE.UU. comprara La Luisiana a Francia en 1803, España temió mayores expansiones y pobló Texas con colonos católicos angloamericanos buscando asegurarse su lealtad a la Corona. Con la independencia de México las tensiones culturales y lingüísticas entre colonos hispanos y angloamericanos se intensificaron. El conflicto se agravó en 1829, cuando el gobierno mexicano abolió la esclavitud—institución de la que dependían económicamente los colonos angloamericanos—y prohibió la inmigración angloamericana y el comercio con Estados Unidos en territorio mexicano. La tensión llegó a su punto máximo con la batalla del Álamo (1835-1836), en que los mexicanos vencieron a los angloamericanos. Poco después, el avance de las tropas mexicanas fue detenido en la batalla de San Jacinto y los colonos angloamericanos declararon su independencia del gobierno mexicano.

Cuando en 1845 Texas fue admitido a la Unión norteamericana, México cortó relaciones diplomáticas con este país y entró en un período de hostilidades que culminó en la guerra mexicano-americana. El tratado de Guadalupe-Hidalgo de 1848, que puso fin a la guerra, anexiona a Estados Unidos el territorio mexicano al norte del río Grande, incluyendo California al noroeste, a cambio de 15 millones de dólares.

La ciudadanía norteamericana de los mexicanoamericanos

Aunque oficialmente se les ofrecía a todos los colonos hispanos la ciudadanía norteamericana y todos los derechos que ésta garantizaba, la realidad distaba mucho de esta retórica de igualdad. Con la llegada de los ferrocarriles al suroeste y la llamada "fiebre del oro" californiana de 1849, la población angloamericana sobrepasa a la hispana. En todos los nuevos estados los antiguos habitantes hispanos perdieron sus tierras ante la especulación y los reclamos angloamericanos y se vieron excluidos de la política. En California, un impuesto sobre la minería a extranjeros (1850) y la prohibición de las costumbres mexicanas (1855) causaron la fuga de la mayor parte de la población hispana originaria a México.

A pesar del deterioro en las condiciones de vida de estos ciudadanos de origen mexicano, las tasas de nueva inmigración subían. A fines del siglo XIX llegaban desde México oleadas de trabajadores ferroviarios y braceros cuyo trabajo migratorio los alejaba de la frontera, llevándolos hasta ciudades tan lejanas como Chicago. El estallido de la Revolución Mexicana (1910) hizo crecer aún más la inmigración, produciendo refugiados de todas las clases sociales.

Estados Unidos promulgó leyes a principios del siglo XX para frenar este influjo inmigratorio. Las Actas de Inmigración y Servicio Selectivo (1917) y de Cupos de Nacionalidad (National Origins Quota Act, 1924) redujeron el número de inmigrantes legales a pesar de la necesidad de obreros que tenía la industria americana, lo cual aumentó las vías de inmigración ilegales.

Los inmigrantes mexicanos durante la década de los años 20 se consideraban residentes temporales y alimentaban la esperanza de volver más ricos a México. El aumento demográfico da lugar a que se desarrolle durante este período el fenómeno cultural del "México Lindo". Se trata de un indigenismo de índole nostálgica que tiene como resultado la formación de entes políticos como el Congreso Mexicanista y la Asamblea Mexicana, fundados en Texas en 1925 para combatir los abusos legales y la violencia contra los mexicano-americanos. A escala nacional, en 1929 se funda la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos (League of United Latin American Citizens, LULAC) con el propósito de proteger los derechos civiles de los ciudadanos hispanos, que se violaban sistemáticamente.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la carencia de trabajadores impulsó al gobierno estadounidense a implementar el llamado "Bracero Program", mediante el cual obreros temporales eran traídos desde México para trabajar en la agricultura y el ferrocarril. A pesar del carácter temporal del programa, muchos de estos braceros se quedaron en Estados Unidos, lo cual supuso una renovación de la influencia cultural mexicana en comunidades que ya llevaban generaciones en tierra estadounidense.

Del ambiente creado por esta renovación cultural y el asentamiento permanente en Estados Unidos de los braceros, tanto de la época del "México Lindo" como del "Bracero Program", surge en los años 40 la subcultura del pachuco, joven mexicano-americano de las ciudades del suroeste. Los pachucos se definían lingüísticamente con el caló, dialecto del español (nombre que sigue usándose para referirse al dialecto de los gitanos españoles), y estéticamente con el "zoot suit", traje estilizado y llamativo. La persecución de los pachucos por la población angloamericana en los "Zoot Suit Riots" de Los Ángeles (1943) afirmó el carácter político de la estridente identidad de estos jóvenes, que insistían en el uso de la estética para diferenciarse marcadamente de la cultura angloamericana circundante.

En los últimos años ha resurgido el tema de la inmigración mexicana a los Estados Unidos, y se han redoblado con poco éxito los esfuerzos de detener el flujo de inmigrantes

La inmigración puertorriqueña

Hacia fines del siglo XIX, las relaciones entre Puerto Rico y Estados Unidos se hicieron más estrechas. Estados Unidos dependía del contrabando de azúcar, café y tabaco proveniente de Puerto Rico y Cuba, y los intelectuales isleños, tanto cubanos como puertorriqueños, se refugiaron en Nueva York y en otras ciudades norteamericanas para planificar su independencia, aunque, como muestran los escritos del cubano José Martí, esta experiencia no siempre significó que desarrollaran una opinión positiva sobre los Estados Unidos.

Hacia 1880 la abolición de la esclavitud en Puerto Rico dio lugar a la rápida urbanización y la formación de una nueva clase de jornaleros que sobrepoblaron las ciudades. Hubo entonces una primera ola de emigración a otras zonas del Caribe y a Estados Unidos, seguida de otras cuando las compañías estadounidenses crearon un desempleo aun mayor al tomar los terrenos de las industrias del azúcar, el café y el tabaco a principios del siglo, cuando Puerto Rico era ya una posesión de los Estados Unidos (a partir del Tratado de París que puso fin a la Guerra Hispano-cubano-americana en 1898). En 1917 el Acta Jones del Congreso norteamericano concedió la ciudadanía estadounidense a los puertorriqueños, lo que facilitó su traslado a las crecientes comunidades hispanas en Nueva York, sobre todo en Brooklyn, el Bronx y "Spanish Harlem" (el Barrio), situado en el noreste de Manhattan.

Al igual que los mexicanos, los puertorriqueños que emigraron a los Estados Unidos formaron organizaciones sociales destinadas a mejorar sus condiciones de vida urbana. La Liga Puertorriqueña e Hispana surgió a finales de los años 20 como reacción a los "Harlem Riots" de 1926, en que los puertorriqueños fueron el blanco de agresiones y hostilidad populares. A la vez, surgió en la comunidad puertorriqueña algo análogo al "México Lindo": la revalorización de "Borinquen"—nombre taíno de Puerto Rico—y el cultivo de una identidad "boricua" vinculada al elemento campesino de la isla, como se puede apreciar en la letra de la canción "Lamento borincano" (1929), del compositor puertorriqueño Rafael Hernández.

Después de la Segunda Guerra Mundial se produjo una inmigración masiva de puertorriqueños isleños que buscaban aprovechar la fuerte economía continental. Estos inmigrantes se integraron en las comunidades de Nueva York y, en menor grado, en las de Chicago. Allí los problemas de viviendas insalubres, brutalidad policíaca y sistemas judiciales discriminatorios los convirtieron en nidos de bandas juveniles (gangs). De esto trata el famoso musical de Leonard Bernstein West Side Story (1957; filmado en 1961), que adapta la historia de Romeo y Julieta a una pareja de inmigrantes, un polaco y una puertorriqueña, pertenecientes a bandas enemigas. En Nueva York se formaron grupos como el Puerto Rican Forum en los años 50, para aliviar los efectos de la pobreza, y ASPIRA (1961), para promover programas educativos. En Chicago, la Iglesia Católica fue el principal móvil de la organización local.

Los años 60

Durante los años 60, tanto los chicanos (denominación de los mexicano-americanos derivada de la pronunciación palatal de "mexica", nombre original de los aztecas) como los puertorriqueños se organizaron en movimientos paramilitares para poner fin a la discriminación que sufrían las poblaciones hispanas. Análogos a los Black Panthers afroamericanos, los Young Lords puertorriqueños y los Brown Berets (o Boinas Cafés) chicanos diseñaron planes para cambiar las condiciones de extrema pobreza que caracterizaban a las poblaciones hispanas. Ambos grupos explotaron una sensibilidad identitaria similar: los Young Lords invocando el concepto del orgullo boricua como elemento unificador y los Brown Berets el de Aztlán, nombre que identificaba al suroeste estadounidense como el mítico lugar originario de los aztecas.

Los Young Lords asumieron una postura antiimperialista, reclamando la independencia puertorriqueña y una sociedad socialista. Los objetivos de los Brown Berets eran combatir el racismo, defender al pueblo chicano de la brutalidad policíaca, reclamar las tierras expropiadas por los angloamericanos y emprender una lucha armada. La fundación en 1970 del partido político La Raza Unida para representar los intereses chicanos reflejó esta agenda militante en una entidad sociopolítica en la que los votantes de California y Nuevo México todavía pueden inscribirse.

Un importante movimiento laboral se realizó bajo el liderazgo del sindicalista chicano César Chávez. Chávez organizó a los braceros chicanos y mexicanos en la National Farmworkers Association (1962)—luego la United Farmworkers—, que logró, tras la larga huelga de las uvas—que duró cinco años—, el reconocimiento de los derechos sindicales de los chicanos por el Congreso norteamericano.

La inmigración cubana

En la "década radical" de los 60 se destacan también Fidel Castro y su modelo de comunismo cubano. La Revolución Cubana de 1959 ocasionó una primera ola de inmigración cubana a Florida, cuyas comunidades cubanas se remontaban al traslado de las fábricas cubanas de tabaco a Key West y Tampa a fines del siglo XIX. Los primeros refugiados anticastristas, evacuados principalmente por puente aéreo entre 1965 y 1973, eran mayormente de clase media y educados, por lo que lograron establecer en poco tiempo una comunidad próspera, económicamente liberal e ideológicamente conservadora, que ha tenido gran influencia en la política estadounidense y el mantenimiento hasta el día de hoy del bloqueo económico de Cuba.

Otras dos olas inmigratorias sucesivas han alterado la composición de este grupo. La primera, conocida como el "Mariel Boat Lift" de 1980, produjo un flujo de cubanos a Estados Unidos tan numeroso que hubo que establecer campamentos de tiendas de campaña que permanecieron durante más de un año. Al permitir Castro esta breve oportunidad de emigración, miles de estos "marielitos"—en su mayoría cubanos pobres, de clase baja y mulatos—salieron de Cuba junto con un grupo importante de criminales. La depresión económica que experimentó Cuba en los años 90—cuando perdió el apoyo económico de la Unión Soviética)—provocó otra ola más, la de los llamados "balseros". Estos cubanos se vieron empujados por la pobreza a atravesar las peligrosas 90 millas de mar entre Cuba y la Florida en balsas (rafts), embarcaciones muy precarias e inestables. Temiendo una inundación de refugiados como la de 1980, el gobierno de los Estados Unidos envió a muchos de estos inmigrantes de vuelta a Cuba invocando la política de "wet foot / dry foot"; pero el impacto de los que se quedaron en la población cubana de Miami se sumó al de los "marielitos", y llevó a la creación de programas sociales y educativos para facilitar su inclusión en la comunidad.

La influencia de la música hispana

Entre las influencias culturales hispanas de más importancia en los Estados Unidos está la musical. Las relaciones musicales entre las culturas latinoamericana y estadounidense se remontan muy atrás en el tiempo; por ejemplo, la habanera, una forma musical afrocubana, había influido en la música estadounidense ya a comienzos del siglo XIX. Sin embargo, y a pesar del furor que causó el tango argentino durante la Primera Guerra Mundial (la primera gran moda musical "latina"), fue en los años 30 cuando la música popular española e hispanoamericana comenzó a marcar decididamente la historia de la música en los Estados Unidos. Esto se debió a la popularidad de artistas como el director musical español Xavier Cugat y la cantante brasileña Carmen Miranda, pioneros de una música latina exotizada para el mercado estadounidense, pero sobre todo a la llegada de la música bailable cubana—en particular la rumba. Cuando los ritmos cubanos se impusieron fueron una revelación. Orquestas como los Lecuona Cuban Boys triunfaron en los salones de baile, mientras que, a través de grupos de Nueva Orleans, distintos elementos musicales caribeños fueron integrándose a la cultura musical del sur e influyeron luego a artistas como Elvis Presley. En la década siguiente surge el latin jazz, iniciado por el grupo Machito's Afro-Cubans, en el que instrumentistas de viento estadounidenses se integraron a una banda cubana. Esta hibridación musical fue uno de los principales factores para el desarrollo de las big band y del bebop en general. El diálogo musical entre culturas se produjo sobre todo en Nueva York, donde personajes como Tito Puente popularizaron el mambo durante los 50. Desde fines de esa década la influencia de la música latina comenzó a decaer, y después del musical West Side Story siguió reduciéndose, salvo en el rhythm and blues y en algunos músicos de jazz como Charlie Parker.

En la década de los 1960, sin embargo, se produce el estallido de la salsa—género nacido en la comunidad latina de Nueva York—, y una creciente influencia latina en el jazz de vanguardia, con figuras como el saxofonista argentino Leandro "Gato" Barbieri o el pianista estadounidense Chick Corea. Desde 1969 se producen nuevas experiencias de fusión latino-estadounidense, como la liderada por Carlos Santana, músico de San Francisco nacido en México. La música de Santana se vincula tanto a la nueva conciencia chicana de los 60 como a la cultura pop de los 70 y llama la atención hacia el otro polo de la influencia musical latina en los Estados Unidos: la costa oeste. Sin embargo, la figura de Santana no marcó el renacimiento de la popularidad de la música latina, que volvió al primer plano de la escena musical en los 90 debido a cuatro fenómenos: la creciente influencia del jazz y la canción latinos—o de influencia latina—en la música de jazz contemporánea; la moda de la salsa y el merengue; el éxito del pop comercial; y tal vez el más importante, la consolidación de un sólido mercado hispanohablante. Ésta es pues una larga historia de hibridación musical, cuya más novedosa manifestación tal vez sea el rap latino—una mezcla de raíces latinas, jamaicana y afroamericanas, cantado ya sea en español, chicano, inglés o en más de un idioma—, surgido en el Bronx y en Brooklyn a principios de los 80. La reciente popularidad del reggaetón afirma la continuidad de esta dinámica.

La música ha servido como puerta de entrada en la industria del entretenimiento, como fue el caso del primer personaje hispano de gran popularidad en la televisión estadounidense, el famoso músico cubano Ricky Ricardo de I Love Lucy (CBS, 1951-1961), interpretado por Desi Arnaz. Décadas después, la estrella Jennifer López daría inicio a su carrera con la interpretación fílmica de la vida de la cantante chicana Selena (1997). Como ella hay un gran número de estrellas musicales conocidas nacional e internacionalmente tales como Gloria Estefan, Ricky Martin, Marc Anthony, Shakira y Los Lobos.

En Hollywood y la televisión norteamericana ha habido desde hace mucho una nutrida representación hispana: Rita Hayworth (Margarita Carmen Cansino), José Ferrer, Anthony Quinn, Fernando Lamas , Raúl Juliá y Ricardo Montalbán, y más recientemente Martin Sheen, Edward James Olmos, Salma Hayek, Jimmy Smitts y Benicio del Toro.

La presencia hispana en el deporte en los Estados Unidos

Las circunstancias de la inmigración y los prejuicios contra las minorías en Estados Unidos han llevado a los hispanos a cultivar los mismos espacios de éxito público que los afroamericanos: el entretenimiento y el deporte. Particularmente en el béisbol, el boxeo y el golf, los atletas hispanos han alcanzado gran renombre. En el béisbol, el puertorriqueño Roberto Clemente (MVP 1966), el chicano Keith Hernández (11 Guantes de Oro, MVP 1979) y el dominicano Sammy Sosa (MVP 1998), entre otros, abrieron el deporte a las decenas de jugadores latinos que hoy se destacan en las Grandes Ligas en proporciones muy superiores a las que podrían esperarse a partir de la presencia hispana de la población general. Esta participación profesional supone no sólo el establecimiento de un modelo de éxito cultural sino también un cambio en la percepción popular del deporte.

La evolución de la población hispana

Desde el Museo del Barrio neoyorquino a las programaciones nacionales de los canales televisivos Univisión y Telemundo, la presencia cultural latina se hace sentir cada vez más en los Estados Unidos. En 1990 Oscar Hijuelos recibió el Premio Pulitzer de ficción por su novela The Mambo Kings Play Songs of Love, y en el 2008 Junot Díaz ganó el mismo premio con su novela The Brief Wondrous Life of Oscar Wao. También ese año Lin-Manuel Miranda obtuvo el premio Tony al mejor musical con su obra In the Heights. Y en el 2009, la juez Sonia Sotomayor se integró a la Corte Suprema del país.

Mientras esta población continúa su crecimiento, el debate sobre su influencia cultural se intensifica. En años recientes se ha restringido la inmigración mediante la aplicación del Acta de Inmigración y Control de 1986. Las comunidades hispanas han tenido que luchar por la continuación de programas de educación bilingüe que han encontrado oposición en lugares conservadores como California y apoyo en comunidades de densa población hispana como el condado de Miami-Dade, donde en 1998 comenzó una profundización oficial de estos programas en todo el currículo primario y secundario.

El tema de la inmigración ha resurgido con más fuerza últimamente. Por un lado se han presentado proyectos legislativos para enfrentarse al problema y se ha aumentado la vigilancia de la frontera con México. Por otro, las comunidades hispanas se han movilizado para protestar la percepción que se tiene de ellas como perniciosas para el país. A pesar de estas protestas, el Congreso de Estados Unidos aprobó a finales del 2006 la construcción de un muro de 700 millas en la frontera con México que costará un total de 7,000 millones de dólares y que buscará frenar la inmigración ilegal. La crisis económica que surgió en el 2008 ha reducido notablemente las remesas (remittances) que los inmigrantes hispanos envían a sus países de origen, poniendo de manifiesto los importantes vínculos económicos y sociales que existen entre esas naciones y sus comunidades en la diáspora.

Dado el rápido crecimiento de las poblaciones hispanas en los Estados Unidos, hay que anticipar el momento no muy lejano en que las polémicas sobre la inmigración y la educación bilingüe sean reemplazadas por un debate serio sobre la amnistía inmigratoria y sobre el reconocimiento del español como una segunda lengua nacional.