Capítulo 4: La creación de los estados nacionales en Hispanoamérica (siglo XIX)

Contexto histórico

En la historia hispanoamericana del siglo XIX hay cuatro momentos importantes: las guerras de independencia (1810-1825), las guerras civiles (1825-1850), el surgimiento del orden liberal (1850-1880) y su apogeo (1880-1914).

Las guerras de independencia dejaron, junto con la ruptura de las estructuras coloniales, transformaciones profundas de los sistemas mercantiles y una militarización que obligó al poder a compartirlo con grupos que hasta ese momento habían sido ajenos a él. Criollos, mulatos, mestizos, gauchos, negros y llaneros, indios y blancos de la clase baja urbana se mezclaron en los ejércitos de la independencia. En el período postrevolucionario se manifestaron tensiones económicas, raciales y regionales que habían sido reprimidas durante casi tres siglos bajo el rígido sistema de clases y castas de la colonia española.

Para las élites portuarias exportadoras de la post-independencia, la tarea urgente era normalizar la vida política para restaurar la estructura productiva de la que dependía el desarrollo económico. Pero al abrirse Hispanoamérica al sistema mercantil de libre cambio, estas élites representaban intereses que, al competir entre sí por los nuevos mercados, hacían más difíciles las organizaciones nacionales y mucho más la unidad continental que había reclamado Bolívar en el Congreso de Panamá de 1826.

A esta competencia internacional se sumaba la competencia entre las élites urbanas y portuarias y las élites rurales. Empobrecidas por los gastos de guerra, las clases urbanas se vieron obligadas a compartir el poder económico con las élites rurales, que proveían los soldados para los ejércitos. Al mismo tiempo que adquirieron más poder, los grupos y clases regionales y rurales defendían su espacio comercial invadido o amenazado por la gran cantidad de productos extranjeros con los que las industrias y artesanías locales no podían competir. Esas importaciones enriquecían a las burguesías portuarias vinculadas al comercio internacional. En esta lucha entre miembros diferentes de una misma clase, las élites rurales tendían a asociarse con el tradicionalismo del partido conservador, mientras que las élites urbanas y portuarias apoyaban el libremercantilismo internacional de los liberales. El enfrentamiento entre conservadores—a veces monárquicos, federales, rojos o federalistas—y liberales, unitarios, blancos o centralistas se repitió a lo largo del continente en guerras civiles desde México a la Argentina.

La tendencia de los militares surgidos de la independencia a imponer su autoridad, con violencia si era necesario, creó un estado de anarquía en el que los caudillos y líderes militares de distintas regiones asumían arbitrariamente el poder. Estos líderes frecuentemente le dieron organización a sus regiones. José Páez unificó la república de Venezuela y fue su presidente. El general Andrés de Santa Cruz, oficial de Bolívar, proclamó la Federación Peruano-Boliviana. Francisco Morazán gobernó la República Federal de Centroamérica. Antonio de Santa Anna se hizo presidente de México, Fructuoso Rivera y Manuel Oribe fueron presidentes de Uruguay y Juan Manuel de Rosas impuso su poder en la Argentina desde la gobernación de Buenos Aires. Pero estos caudillos o caciques liberales o conservadores, federales o unitarios que usaban a las clases bajas—los criollos, indios, mestizos, negros y mulatos que pelearon en las guerras de independencia—no compartieron el poder con las clases bajas. Los conservadores trataron de comenzar el período independiente con los menos cambios posibles; frecuentemente se oponían a la derogación de leyes como la del mayorazgo (la herencia total de la propiedad por el primogénito), a la eliminación del tributo indígena o a la abolición de la esclavitud. Los liberales por su lado buscaban derogar esas leyes, ofreciendo a las clases bajas lo que para los conservadores eran peligrosas expectativas de cambio social. En realidad buscaban crear grandes mercados de mano de obra libre y barata en sus países. La iglesia era la piedra de choque entre los dos grupos. Los liberales, mayormente laicos, proponían la liberación de las grandes propiedades eclesiásticas y de las tierras indígenas. Según ellos la liberación de la tierra debía crear una nueva clase media de pequeños propietarios rurales. En la práctica, como en la España de la desamortización de la Iglesia de mediados de siglo XIX, esto nunca se hizo realidad.

Durante los últimos veinte años del siglo XIX, una modernización incipiente creó las condiciones sociales para el surgimiento de una literatura que se identificaba con lo moderno. En Hispanoamérica este estilo se llamó modernismo. Sus características más importantes fueron el preciosismo, el exotismo, la alusión a los mundos desaparecidos (la edad media caballeresca, la mitología clásica), la bohemia, el exotismo oriental y los saberes no racionales como la teosofía. En la narrativa se oponía al realismo, optando por la narración histórica o el recuento de experiencias de alucinación y de locura. Utilizó también el personaje de la mujer fatal que lleva a los hombres al placer y la muerte. La figura más importante de este movimiento fue el nicaragüense Rubén Darío, cuyas obras Azul (1888) y Prosas profanas (1896) cambiaron la dicción poética en español tanto en Hispanoamérica como en España.

Hasta aquí se han señalado las dinámicas y procesos principales que determinaron la historia de Hispanoamérica durante el siglo XIX. Pero el examen que se hará a continuación de la experiencia histórica particular de México, Argentina, Colombia, Perú y Cuba nos permitirá profundizar en diferencias regionales que son igualmente significativas.

México

En 1822 un congreso dividido entre monárquicos borbónicos y republicanos eligió al general Iturbide emperador constitucional; pero éste fue derrocado rápidamente por los generales Santa Anna y Victoria, quienes instauraron una república inestable. México era entonces el más extenso de los países hispanoamericanos (incluía las provincias centroamericanas) y tenía enormes problemas económicos, políticos y sociales. Entre 1821 y 1850 el país tuvo 50 gobiernos distintos. En 1824 se sancionó una primera Constitución liberal, pero la inestabilidad continuó después de las primeras elecciones. En 1848, México perdió una tercera parte de su territorio original en la guerra con los Estados Unidos mediante la firma del tratado de Guadalupe-Hidalgo.

Como en muchos otros países hispanoamericanos, la burguesía mexicana se dividió en dos partidos, el liberal y el conservador. Con la victoria de los liberales en 1857 se trató de consolidar una república laica y abierta al libre cambio: se implantaron garantías individuales y se expropiaron los bienes de la Iglesia. Pero los conservadores, con el apoyo de la iglesia, se levantaron en armas, y durante cuatro años liberales y conservadores lucharon en la guerra de la Reforma.

En 1861, el liberal Benito Juárez ganó la guerra y restableció la unidad nacional. Pero cuando suspendió el pago de la deuda externa provocó la intervención armada de Francia, Inglaterra y España. Los españoles se retiraron, pero los franceses, en alianza con los conservadores, implantaron en 1862 la monarquía de Maximiliano, archiduque de Austria, que servía a Francia para contrapesar la influencia de Estados Unidos en la zona. La resistencia liberal reconstruyó los ejércitos republicanos y en 1867 restauró a Juárez en el gobierno. Maximiliano fue fusilado, y su esposa Carlota pasó a la historia y a la literatura como una figura demencial y trágica. Las luchas por el poder entre los distintos grupos de la oligarquía crearon inestabilidad en el país. En 1876 el general Porfirio Díaz, que había militado en los ejércitos liberales contra la intervención francesa, tomó el poder y lo ejerció hasta 1911—un período histórico que se conoce como el porfiriato. Fueron 35 años de dictadura liberal durante los cuales se aplicaron los principios de un positivismo que fue fundamental en la formación de las nuevas naciones latinoamericanas. El país abrió sus puertas a capitales extranjeros, se modernizó la economía y se acentuaron las desigualdades sociales. Fue el apogeo del liberalismo.

Argentina

Al terminar las guerras de la Independencia, las Provincias Unidas del Río de la Plata abarcaban casi la totalidad de lo que había sido el anterior Virreinato del Río de la Plata. En 1819 se reunió un Congreso Constituyente que promulgó una Constitución republicana; pero en 1826 las provincias se rebelaron contra el presidente Bernardino Rivadavia. Esta primera guerra civil duró tres años. A la guerra interna se agregó una guerra con el Brasil por la posesión de la Banda Oriental (hoy Uruguay). En 1828 el triunfo de las Provincias Unidas significó una paz momentánea con el Brasil. Pero en el interior de la futura república argentina se encendió una guerra civil sangrienta entre federales—caudillos conservadores, autonomistas y regionalistas que buscaban una relación de igualdad entre todas las provincias—y los unitarios, liberales partidarios de una hegemonía centralizada en Buenos Aires y su puerto, y que buscaban abrir todo el territorio al libre comercio con Europa.

En 1829 asumió el poder en Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, un rico terrateniente federal que concilió los intereses contrapuestos del puerto y del interior mediante una ley de aduanas que limitaba la penetración de productos provenientes de Francia e Inglaterra. Rosas se defendió exitosamente de agresiones militares de estas dos potencias que bloquearon el puerto de Buenos Aires.

En 1852 los unitarios derrotaron a Rosas. Entonces las Provincias Unidas empezaron lentamente a tratar de organizar a una Argentina exportadora de materia prima, carne y cereales, e importadora de productos manufacturados y de capital británico. Pero las guerras en el interior y el exterior de las Provincias continuaron. En nombre del liberalismo económico y político, Bartolomé Mitre, presidente de 1862 a 1867, se alió con Pedro II, emperador del Brasil, y Venancio Flores, presidente del Uruguay, para librar contra Paraguay una guerra de exterminio conocida como la de "la Triple Alianza". Al terminar la guerra empezó la fase de adaptación al mercado neocolonial internacional. Mientras nuevos ferrocarriles y puertos aseguraban la transferencia eficiente y rápida de riqueza hacia Londres y los mercados internacionales, en 1880 bajo la presidencia de Julio Roca se completó la apropiación del territorio interior mediante el exterminio de los indígenas de la Patagonia y el Chaco paraguayo. Esos nuevos territorios se abrieron a la inmigración masiva de campesinos y obreros europeos, sobre todo españoles e italianos. Con esta inmigración masiva empezó el apogeo de la oligarquía liberal argentina, que duró hasta principios del siglo XX.

Colombia

Entre 1812 y 1813 Bolívar logró instalar un gobierno en Caracas. Pero el proyecto independentista bolivariano no preveía cambios en la estructura social y no fue bien recibido por las poblaciones llaneras (mulatos en su mayoría, que odiaban a sus dueños criollos). Al mando de los llaneros, el caudillo José Boves, leal a la Corona española, derrotó a Bolívar en 1814, decretó la libertad de los esclavos y realizó repartos de tierras entre los campesinos.

Al perder la primera república, Bolívar se exilió; pero enseguida regresó a Venezuela y haciendo suyas ahora las reivindicaciones llaneras ganó el apoyo de las clases más bajas. Acompañado de importantes líderes militares, como José A. Páez, Bolívar hizo victoriosas campañas militares en casi toda la mitad norte del continente hasta fundar Bolivia. En 1819, Bolívar creó la República de la Gran Colombia, que incluía los actuales Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá. Las rivalidades locales y la presión británica provocaron la secesión de Venezuela y Ecuador (1829-1830). El general Páez declaró la separación de Venezuela de la Gran Colombia y se convirtió en el gran caudillo y centro político de Venezuela durante muchas décadas. Se proclamó también entonces la República de Nueva Granada, que en 1886 tomó el nombre de Colombia.

Desde 1830 hasta los comienzos del siglo XX, en Colombia hubo nueve guerras civiles nacionales, catorce conflictos locales, dos guerras con Ecuador, tres golpes de estado y once constituciones. Dueños del escenario político colombiano, liberales y conservadores permanecieron separados por odios transmitidos casi hereditariamente, a pesar de tener programas de gobierno muy similares.

Perú

La oligarquía criolla minera y latifundista que se desarrolló durante la colonia resistió tenazmente los cambios y Perú fue el último país del continente en independizarse, cuando los ejércitos combinados de José de San Martín y Bolívar derrotaron a los españoles en Ayacucho (1824). Los primeros años de independencia transcurrieron en constantes luchas entre la oligarquía conservadora, nostálgica del virreinato, y los liberales partidarios del librecambio. Las guerras de Perú con Colombia y con Bolivia se desarrollaron con ese trasfondo. El mariscal Ramón Castilla, que gobernó el país entre 1845 y 1862, dio forma al estado peruano moderno, después de abolir la esclavitud y promulgar la Constitución. En 1864 España intentó instalar enclaves en la costa peruana. Perú, Chile, Bolivia y Ecuador le declararon la guerra y la escuadra española fue derrotada en 1866.

Desde 1845, agotadas las minas de plata, el guano—excremento de aves usado como fertilizante—pasó a ser el principal producto de exportación del Perú. Cuando declinó el guano lo sustituyó el salitre que se halla en el desierto del sur del país. Esta riqueza provocaría la Guerra del Pacífico (1879-1883), en la que Perú y Bolivia se unieron contra Chile, que explotaba el salitre con el apoyo de compañías inglesas. Perú y Bolivia perdieron la guerra, y como resultado también las provincias de Arica, Tarapacá y Antofagasta.

Cuba

Como en el resto de las colonias españolas de América, las luchas por la independencia comenzaron en las primeras décadas del siglo XIX. España fortaleció su presencia militar en la isla, y en 1818 liberalizó su política comercial, permitiendo la exportación de azúcar a Estados Unidos, neutralizando así la principal motivación económica de los independentistas. A pesar de eso, a lo largo del siglo se sucedieron desembarcos y rebeliones de esclavos y campesinos y en 1868 comenzó la Guerra de los Diez Años entre los cubanos y las fuerzas españolas. En 1869 una Asamblea Constituyente rebelde promulgó una Constitución democrática que abolía la esclavitud y Carlos Manuel de Céspedes fue nombrado presidente. En 1878 los rebeldes y los representantes españoles firmaron el Pacto del Zanjón que acabó las hostilidades. A partir de ese momento se hizo más evidente la división entre un partido liberal de criollos y el partido de la Unión formado por españoles y latifundistas cubanos en contra de la abolición. Además de las presiones ejercidas por Inglaterra contra el tráfico de esclavos, el protagonismo de éstos durante la Guerra de los Diez Años (1868-78) contribuyó decisivamente a la abolición total de la esclavitud en 1886.

La segunda guerra de independencia, liderada por José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez, comenzó en 1895. Cuando la victoria de los patriotas cubanos era ya inevitable, en 1898 los Estados Unidos declararon la guerra a España y desembarcaron en Guantánamo. En el Tratado de París que dio fin a la guerra, España cedió a Estados Unidos la posesión de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas. Los norteamericanos gobernaron el país de 1899 a 1902, cuando entró en vigencia una Constitución cubana que incluía la llamada "Enmienda Platt", por la que se reconocía a los Estados Unidos el derecho de intervenir militarmente en Cuba y a retener la base naval de Guantánamo en perpetuidad. Ésta es la base militar norteamericana que ha tenido mucho relieve en las noticias últimamente por ser la prisión de sospechosos de terrorismo internacional islámico.