Capítulo 5: Conquista y colonización

Contexto histórico

Conquista y colonización

Colón partió del puerto atlántico de Palos de la Frontera el 3 de agosto de 1492 con tres embarcaciones que avistaron tierra en las Bahamas el 12 de octubre. En este primer viaje exploraron Cuba y la Española (hoy Haití y la República Dominicana), y establecieron la primera colonia americana en esta última. En los tres viajes sucesivos exploraron otras islas del Caribe (mar nombrado por una de las tribus indígenas de las islas), la costa norte del continente sudamericano y la costa de Panamá. A pesar de sus promesas de grandes riquezas y de contacto directo con Catay (China), Colón al final decepcionó a sus patrocinadores cuando volvió una tercera y cuarta vez con las manos prácticamente vacías. Sería la tarea de viajeros posteriores, como el florentino Américo Vespucio, el proponer que estas tierras no eran las Indias sino un continente completamente nuevo. En un mapa de 1507, el cartógrafo alemán Martin Waldseemüller eligió el nombre de Vespucio para bautizar el continente. Aunque este mapa fue una de las representaciones más difundidas de estas tierras en el siglo XVI, siguieron llamándose "las Indias" durante siglos, haciéndose eco de la creencia de Colón de que había alcanzado Asia. Esta revisión de la concepción de la geografía tendría profundas consecuencias para los cartógrafos europeos del siglo XVI, quienes, como Waldseemüller, se vieron obligados a añadir el nuevo continente que con los años se trazaría con mayor precisión a medida que se iba explorando.

Después del primer viaje de Colón, Isabel y Fernando se vieron envueltos en disputas con Portugal sobre la soberanía de las tierras encontradas. Estos conflictos se resolvieron con el Tratado de Tordesillas, propuesto por el papa Alejandro VI en 1494. Según este acuerdo, se trazaba una línea del polo norte al polo sur 370 leguas al oeste de las islas Azores, concediendo a Portugal todas las tierras al este de esa línea, y a España las tierras al oeste. Fue así como Portugal pudo tomar posesión de lo que es hoy Brasil, tierras avistadas por primera por un navegante portugués, Pedro Alvares Cabral, en 1500.

La novedad de las tierras americanas y sus habitantes ofreció un poderoso aliciente para la imaginación europea a principios del siglo XVI, inventándose en las Indias Occidentales el lugar de una nueva barbarie arquetípica—los "caníbales"; o un lugar que podría aportar la confirmación de antiguos mitos—como el de las "Amazonas"; o un lugar donde podían imaginarse nuevas configuraciones sociales que rompían con los moldes tradicionales europeos: no es casualidad que el humanista inglés Tomás Moro situara su isla imaginaria Utopía en las Américas, en el texto del mismo nombre que escribió en 1515, en el que presenta la visión de una sociedad idealizada.

La colonización del Caribe

Las islas principales del Caribe se colonizaron después de 1500. Juan Ponce de León conquistó Puerto Rico en 1508 y después exploró la costa de Florida en 1513. En 1511 Diego Velázquez de Cuéllar conquistó Cuba, donde estableció sus primeras ciudades y fue nombrado gobernador.

La colonización del Caribe no correspondió al paradigma seguido por los portugueses en África y Asia. El modelo de colonización portugués—parecido al de los italianos y aragoneses en el Mediterráneo oriental—consistió en el establecimiento de factorías (ptg. feitorias; ing. trading posts), es decir, pequeños asentamientos que servían de base para el comercio en especias, esclavos y oro y que funcionaban mediante el intercambio comercial con las poblaciones cercanas, sin su dominio total. (Este mismo tipo de explotación se aplicó a la colonización portuguesa de Brasil, cuando a partir de 1530 los portugueses empezaron a interesarse más en ese territorio.) El modelo que establecieron los españoles en el Caribe, en cambio, fue el de la colonización y explotación sistemática de todo el territorio, con la fundación de pequeños centros urbanos. La ciudad de Santo Domingo, en la Española, fue paradigmática. La élite estableció sus residencias allí, desde donde dirigían la explotación de las minas y—tras el agotamiento de los pequeños depósitos de oro en las islas—del potencial agrícola del campo, mayormente en la producción de azúcar. En esta ciudad también se establecieron las primeras instituciones burocráticas para el gobierno de las Indias.

Según el sistema de la encomienda que luego se extendió a todas las Américas, los colonos recibían la concesión por parte del gobierno local de una cantidad de indígenas para que trabajaran para ellos. La naturaleza exacta de esta unidad variaba según la región y el número de indígenas disponibles. En el Caribe, los caciques, o jefes de tribu, encabezaban las unidades que eran la base de la encomienda. En teoría los indígenas seguían siendo los dueños de sus tierras y la encomienda era únicamente una forma de tributo en mano de obra. No obstante, los encomenderos pronto buscaron maneras de usurparles el terreno a los indígenas.

La explotación de la población indígena como mano de obra en las minas y en el campo y el efecto de enfermedades europeas, contra las cuales no tenían defensas inmunológicas, diezmaron la población taína de la Española. Como consecuencia, los españoles pronto empezaron a traer esclavos africanos para trabajar en el campo y para colonizar las demás islas grandes del Caribe.

Lo que ocurrió con la población indígena y los recursos mineralógicos de la Española volvió a repetirse en las otras islas, impulsando nuevas exploraciones del continente. Los primeros esfuerzos se dirigieron hacia el sur (Panamá y la costa septentrional de Sudamérica). En 1513, la expedición de Vasco Núñez de Balboa cruzó el territorio de Panamá y fueron los primeros europeos que vieron el Océano Pacífico. La expedición de Juan de Grijalba, enviado por el gobernador de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar, exploró en 1518 la costa de lo que es hoy Tabasco, al suroeste de Yucatán. A la vuelta de Grijalba, Velázquez ordenó al año siguiente la preparación de otra expedición, liderada por Hernán Cortés quien zarpó de Cuba con once navíos, más de 500 hombres y 16 caballos.

Conquista de México

Esta expedición pronto se convirtió en el proyecto personal del ambicioso Cortés, el cual, enemistado con Velázquez, expandió los objetivos iniciales del gobernador. Tras establecer el asentamiento de Vera Cruz en la costa del Golfo de México, se enteró de la existencia de la capital mexica de Tenochtitlán. Con la ayuda de dos intérpretes, una mujer de origen nahua cautiva en territorio maya y un fraile español de una expedición anterior que había naufragado en la costa yucateca ocho años antes, Cortés consiguió establecer contacto con las poblaciones indígenas en el camino a Tenochtitlán. Sus dos intérpretes —Malintzin (La Malinche o “Doña Marina”) y Gerónimo de Aguilar—resultaron ser herramientas esenciales en las primeras etapas de la conquista de México, ya que mediante su intervención Cortés pudo enterarse de la situación política del imperio tenochca. (Gerónimo de Aguilar traducía del maya al castellano y Malintzin del náhuatl al maya, antes de que ella aprendiera castellano.) De esta manera Cortés pudo lograr el apoyo de poblaciones que resentían la autoridad de los tenochcas. Sobre todo consiguió el auxilio de Tlaxcala, una ciudad que no se había rendido todavía a Tenochtitlán y que representaba su mayor rival político en el Valle de México.

El primer intento de tomar Tenochtitlán en 1519 fue desastroso para los españoles. Cuando llegaron a la ciudad, el tlatoani, Moctezuma, los trató como invitados de honor; Cortés respondió tomando prisionero al rey en su propio palacio. Estando en la ciudad con el tlatoani como rehén, Cortés se enteró de la llegada a la costa de barcos de Cuba y tuvo que abandonar la ciudad para defender Vera Cruz del ataque de una tropa de españoles enviada por Diego Velázquez. En su ausencia, los abusos de sus hombres desencadenaron la sublevación de los tenochcas. Durante este conflicto murió Moctezuma, apedreado por sus propios súbditos cuando apareció en una ventana de su palacio para calmarlos. Cortés perdió gran parte de su expedición y los supervivientes tuvieron que abandonar la ciudad a oscuras en una retirada que se conoce con el nombre de la “Noche Triste”. Casi dos años más tarde, Cortés regresó con refuerzos y construyó barcos que le permitieron poner cerco a la ciudad construida en medio del lago. El cerco acabó con la capacidad de resistencia de una población que en los meses anteriores había sufrido los estragos de las enfermedades europeas. Tenochtitlán se rindió finalmente en 1521 con la captura del último tlatoani, Cuauhtémoc.

Cortés, siempre consciente de la necesidad de una defensa legal frente a las posibles acusaciones del gobernador de Cuba, y deseoso de ganar el apoyo de la Corona para sus propias ambiciones políticas en la nueva colonia, mandó una serie de cartas al emperador en que describía toda su campaña. Las Cartas de relación de Cortés constituyen una de las fuentes más importantes para el estudio de estos acontecimientos, junto con la relación de uno de sus hombres, Bernal Díaz del Castillo, y las de los indígenas recopiladas años después de la conquista de México. Hay que recordar, por otra parte, que todos estos documentos se produjeron en contextos políticos y culturales muy concretos, y que es imprescindible intentar percibir su trasfondo ideológico y los diversos intereses que coincidieron en su producción.

Conquista del Perú

En 1530, Francisco Pizarro reanudó las exploraciones de Sudamérica que mientras tanto se habían abandonado. Su conquista del imperio incaico fue sorprendentemente rápida. La expedición de Pizarro partió de Panamá en 1530 con 180 hombres, entre los cuales estaban sus tres hermanos. Tras establecer un primer asentamiento en la costa de lo que es hoy Ecuador y al oír de un imperio fabulosamente rico, la expedición siguió hasta la ciudad andina de Cajamarca en 1532, sin resistencia alguna de sus habitantes. Aquí Pizarro se entrevistó con el rey Atahuallpa, vencedor en una reciente guerra civil contra su hermano Huáscar sobre la sucesión al trono incaico. Atahuallpa lógicamente se negó a reconocer la soberanía de los españoles y a aceptar su religión. Pizarro y sus hombres entonces atacaron por sorpresa al ejército de casi dos mil hombres que acompañaba al Inca, asesinándolos a todos y haciendo prisionero a Atahuallpa. Éste les prometió un rescate enorme—una habitación llena de oro y plata—, pero aun cuando cumplió su promesa, los españoles lo asesinaron. Un año después Pizarro tomó la capital de Cuzco. De esta manera los españoles conquistaron súbitamente el centro del poder incaico, por otra parte debilitado ya después de la guerra civil entre Atahuallpa y Huáscar y también por epidemias de probable origen europeo que habían llegado a los Andes poco antes que Pizarro.

A pesar de su éxito inicial, los españoles tuvieron que enfrentarse durante muchos años con la tenaz resistencia de grupos de incas que lograron organizarse en territorios más apartados. A Pizarro y a sus hombres les resultó poco conveniente establecer su base de operaciones en Cuzco, la capital de los incas, debido a su ubicación en el terreno montañoso de los Andes. Por eso los españoles establecieron su capital en Lima en 1535, donde la población indígena pronto desapareció. De esta manera surgió una marcada división cultural entre el centro del poder en la costa peruana—principalmente de carácter europeo—y las tierras altas andinas, donde la mayoría siguió siendo indígena. En México, en cambio, donde los europeos construyeron su capital en el mismo lugar que la vieja capital indígena, no hubo una separación tan evidente.

Debido a las peleas entre los propios conquistadores sobre las enormes riquezas del territorio conquistado, los primeros años de la colonia peruana fueron sangrientos. Entre Pizarro y sus hermanos y Diego Almagro, otro líder de la expedición, surgieron luchas que acabaron con la muerte de Pizarro en 1541. A causa de estos conflictos, la Corona no pudo imponerse en las nuevas posesiones peruanas hasta la década de los años cuarenta. Los reyes tendrán que establecer instituciones burocráticas y sociales que permitirán la imposición de su autoridad en un régimen colonial.

La administración de las colonias y los debates sobre el indio

La consolidación de la autoridad española en las Américas se realizó con la creación de una serie de entidades administrativas: la Casa de Contratación, establecida en 1503, que regulaba el monopolio sobre el comercio de Indias, y la Junta de Indias (vinculada inicialmente con el Consejo de Castilla) que en 1524 se convirtió en el Consejo de Indias, supervisaba la administración de todas las colonias y respondía directamente al rey. Se trata por consiguiente de la entidad que mejor reflejaba los esfuerzos centralizadores de la monarquía en el siglo XVI respecto a la administración colonial.

La conquista de México y Perú desencadenó la inmigración de miles de colonos españoles a los nuevos territorios. En las ciudades que se iban fundando, típicamente siguiendo el modelo de Santo Domingo, se crearon auténticos centros de cultura europea donde se concentraba la población de españoles. La Corona dependía del atractivo que la conquista y colonización ofrecía a aquellos deseosos de enriquecerse o de mejorar su posición social, pero una vez conquistados los nuevos territorios intentaba reafirmar su poder. Cortés, por ejemplo, nombrado Gobernador y Capitán General de Nueva España en 1522, pronto fue despojado de su poder político; recibe más tarde en compensación por sus servicios el título honorífico de Marqués del Valle de Oaxaca, el cual no implicaba ninguna autoridad administrativa.

Como en el Caribe, en México y Perú se aplicó el sistema de la encomienda. En Perú, los conquistadores pudieron aprovecharse de la preexistencia de un sistema tributario basado en la concesión de trabajo, la mita incaica. No obstante, se trataba, tanto en Perú como en otros lugares, esencialmente de un sistema de esclavitud. En teoría, la encomienda no implicaba la concesión de tierras a conquistadores y colonos; era simplemente una manera de obtener la mano de obra. Sin embargo, éstos también se esforzaron en adquirir tierras, incluso cuando les estaba prohibido porque jurídicamente toda la tierra conquistada correspondía a la monarquía. Frente a los intentos por parte de los colonos de solidificar su poder bajo el sistema de la encomienda, la Corona procuraba debilitar la autoridad de los encomenderos. Esto se llevaba a cabo, por una parte, mediante la creación del sistema burocrático y, por otra, con la aplicación de nueva legislación en defensa de los indígenas expuestos a los abusos de los encomenderos.

Así, la defensa de los indígenas surgía tanto del deseo de la Corona de minar la influencia de los encomenderos como de las presiones de reformadores que protestaban contra el maltrato de los indios. Fray Antonio de Montesinos, dominico radicado en Santo Domingo, predicó contra estos abusos en un polémico sermón de diciembre de 1511, en el cual acusó a los encomenderos:

¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a aquestos indios?... Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en tal profundidad de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto, que en el estado en que estáis, no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo.

La promulgación de las Leyes de Burgos en 1512 respondió directamente a este sermón. Con ellas, la Corona reafirmó la libertad de los indios y su estatus jurídico como súbditos únicamente del rey. También se codificó el llamado repartimiento de indios que bajo el sistema de la encomienda había dado lugar a terribles abusos. Con la nueva legislación, se limitaba el número de indios que un encomendero podía emplear y se restringía el tiempo de su trabajo.

A pesar de los esfuerzos de la Corona, las distancias impidieron la ejecución de las nuevas provisiones, y paralelamente, a los dominicos en La Española se les prohibió la predicación. Los continuados abusos de los encomenderos, que seguían tratando a los indios como esclavos, junto con la introducción de enfermedades europeas diezmaron la población indígena del Caribe en las primeras décadas del siglo, proceso que ya empezaba a repetirse en México y Perú. Incluso en documentos que no cuestionan los principios de la empresa imperial se encuentran condenas de estas injusticias. Un buen ejemplo es la carta de relación que Álvar Núñez Cabeza de Vaca envió al emperador relatando sus desventuras durante los diez años que anduvo perdido en los desiertos de América del norte antes de volver a territorios españoles en 1536. Cabeza de Vaca da testimonio de las campañas de esclavización que se llevaban a cabo en las zonas norteñas de Nueva España y describe sus efectos negativos en la sociedad indígena de la región.

Las protestas más vocíferas provenían de la Iglesia. Respondiendo a ellas (y reafirmando su propia autoridad espiritual sobre los nuevos súbditos del emperador), el papa Pablo III insistió en la libertad de los indígenas en su encíclica de 1537, “Sublimus Dei", y declaró que el único medio lícito para la evangelización era la predicación pacífica. El más famoso de los críticos del Imperio fue otro dominico radicado en el Caribe, fray Bartolomé de las Casas. Las Casas volvió a España en 1540 para defender ante el emperador los derechos de los indígenas, ofreciendo su propio testimonio de los abusos de los encomenderos y haciéndose eco de las ideas del teólogo y profesor de la Universidad de Salamanca, Francisco de Vitoria (c. 1486-1546), quien arguyó que los indígenas tenían exactamente los mismos derechos que cualquier otro súbdito del rey. (Las ideas expresadas por Vitoria se consideran el origen de los principios modernos de los derechos humanos y del derecho internacional.) La consecuencia inmediata de los esfuerzos de las Casas fue la promulgación de las Leyes Nuevas de 1542, que reiteraron los principios de las Leyes de Burgos que prohibían la esclavización de los indios. Además, se prohibió que las encomiendas se heredaran, con la intención de eliminar el sistema con la muerte de los primeros encomenderos.

Esta provisión provocó la violenta oposición de los encomenderos de Perú; Gonzalo Pizarro, hermano del conquistador Francisco Pizarro, ordenó la ejecución del virrey. Aunque la Corona pudo sofocar esta rebelión, mandando la ejecución del propio Pizarro, Carlos V decidió en 1545 reestablecer el derecho a la herencia de las encomiendas, con lo cual debilitó notablemente la eficacia de las nuevas provisiones. No obstante, el emperador convocó una nueva junta, la Comisión de Valladolid, en 1550 para debatir el estatus legal de sus súbditos indígenas. En este debate las figuras más destacadas fueron las Casas y el teólogo (también dominico) Juan Ginés de Sepúlveda. Sepúlveda, en oposición a las Casas y siguiendo nociones de Aristóteles sobre la organización de la sociedad, sostenía que los indígenas no merecían un tratamiento de igualdad con los súbditos europeos de Carlos V porque eran meros homunculi (“hombrecillos"), seres inferiores que por su propia naturaleza eran esclavos.

Aunque las ideas profundamente racistas de Sepúlveda no encontraron mucho favor en la corte de Carlos V, no obstante representaban actitudes comunes entre los europeos de la época—actitudes éstas que permitieron la destrucción de las sociedades y culturas amerindias a pesar de los esfuerzos de personas como las Casas. Por otra parte, hay que subrayar la actitud profundamente paternalista del propio las Casas, cuyos escritos en defensa de los indígenas reflejan una idea simplista y en el fondo también racista: los indios son “mansas ovejas" según las Casas. De hecho, el paternalismo de las Casas se ve contrarrestado por la evidencia de los grupos indígenas que se esforzaron en resistir la autoridad colonial. Los mayas del Yucatán, por ejemplo, no se sometieron sino hasta mediados de siglo, y en Perú los seguidores del hermanastro de Huáscar y Atahuallpa, Manco Inca (asesinado en 1544), se refugiaron en Vilcabamba, en una región montañosa de difícil acceso al este de Cuzco, desde donde mantuvieron una prolongada guerrilla contra los españoles.

El virreinato de Perú se consideraba la posesión más valiosa debido al descubrimiento de un rico yacimiento de plata en Potosí, en lo que es hoy Bolivia, en 1545. El virrey de más renombre del Perú, Francisco de Toledo, (1569-81), consiguió la estabilidad política tras los conflictos entre encomenderos que habían aquejado los primeros años del virreinato. También logró sofocar los últimos vestigios de la resistencia indígena al régimen colonial en Perú al asediar la ciudad de Vilcabamba en 1572, destruyéndola y ejecutando a Túpac Amaru, hijo y heredero de Manco Inca. Toledo fue el responsable de la aplicación sistemática de la mita preincaica para la explotación de la mano de obra. Bajo su virreinato, Potosí se convirtió en la ciudad más populosa después de la ciudad de México; también fue el escenario de la muerte de miles de indígenas obligados a trabajar en las duras condiciones de las minas. (Muchos murieron envenenados con el mercurio que se utilizaba en la extracción de la plata.)

La explotación mineral de Nueva España tardó algo más en desarrollarse, aunque ya se extraía plata en Guanajuato poco después de la conquista. Se descubrió también un importante yacimiento en Zacatecas en 1546. La conquista de las Islas Filipinas entre 1565 y 1571 inició la ruta marítima entre Manila y México; la administración de las islas dependía del Virreinato de Nueva España. De esta manera España consiguió la ruta a las Indias que había sido el objetivo inicial de Cristóbal Colón.

En el Caribe, el declive casi total de la población indígena se compensó con la introducción de esclavos africanos, empezando ya en la segunda década del siglo XVI. La trata de esclavos se convirtió en un comercio lucrativo con el desarrollo de una economía de plantaciones, sobre todo con el cultivo del azúcar, en las Antillas y las costas continentales del Caribe.

La sociedad colonial americana era cada vez más compleja, sobre todo en el ámbito urbano y a pesar de la muerte de grandes poblaciones de indígenas a causa de enfermedades europeas. Crecieron las ciudades y villas, típicamente centradas alrededor de un núcleo de colonos españoles. Con la llegada de nuevos inmigrantes (y con la política imperial que procuraba limitar la influencia de los encomenderos), hubo cada vez menos oportunidades para conseguir repartimientos de indios. Muchos de estos inmigrantes trabajaban como artesanos y la segunda mitad del siglo presenció la organización de los primeros gremios (ing. guilds); otros se trasladaron a zonas periféricas para probar la incipiente explotación agrícola. Nuevas universidades en México (la que es hoy la Universidad Nacional Autónoma de México) y Lima (la actual Universidad Nacional Mayor de San Marcos), fundadas ambas en 1551, empezaron a florecer en la segunda mitad del siglo. (La primera universidad en las Américas, la de Santo Domingo, se había fundado en 1538.)

Los escritores que se dedican al tema de las Américas en la segunda mitad del siglo XVI reflejan la complejidad de la situación política y social. Se produjeron textos variadísimos que respondían a intereses diversos. Aparte de los historiadores oficiales de la Corona hubo escritores como Alonso de Ercilla (1533-95), considerado uno de los mayores poetas de su generación, quien compuso un largo poema épico sobre las guerras entre españoles y mapuches en Chile, en las cuales había participado personalmente. La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo (1492-1581), ofrece la visión de otro testigo ocular, aunque menos poética y sin la erudición de Ercilla, en una versión de la conquista de México que pretende recuperar la perspectiva de los seguidores de Cortés que no consiguieron la fama de su líder. Otra perspectiva es la del erudito mestizo peruano que se trasladó a España, Garcilaso Inca de la Vega (1539-1616), quien, empapado en la tradición humanista, escribió una voluminosa historia del imperio incaico y de las posteriores guerras civiles entre los conquistadores españoles.

La obra misionera de la segunda mitad del siglo XVI produjo textos de gran interés, a medida que los misioneros se dedicaron cada vez más al aprendizaje de las lenguas indígenas para mejor comunicar el dogma cristiano a sus nuevas congregaciones. La Historia general de las cosas de Nueva España, de fray Bernardino de Sahagún (1499-1590), preparada con la ayuda de informantes nahuas, ofrece un repertorio enciclopédico de las costumbres y creencias religiosas de los mexicas y una breve historia de la conquista, con textos paralelos en náhuatl y castellano. Los indígenas también supieron aprovechar las posibilidades del alfabeto romano que les enseñaban los misioneros. La producción de textos mayas como el Popol Vuh o los libros proféticos de Chilam Balam (examinados ya en parte en el Capítulo 4) pueden verse como una respuesta indígena a la conquista española. Estos textos son únicamente concebibles en un contexto colonial: son el producto del contacto (y compenetración) de dos culturas. Finalmente, uno de los casos más llamativos de la producción literaria americana es el texto producido por el peruano indígena Felipe Guaman Poma de Ayala (c. 1550 - c. 1615), una exhaustiva historia y descripción de Perú antes y después de la conquista y una elocuente protesta de los abusos de los españoles. La mayoría del texto está en castellano, pero incorpora muchas palabras e incluso frases enteras en quechua; además, está ilustrado con numerosos dibujos del propio autor. Tales textos reflejan la riqueza cultural que empezaba a surgir de las nuevas circunstancias sociopolíticas de las Américas bajo el dominio español.

El objetivo de la Iglesia en América fue desde un comienzo la destrucción sistemática de las religiones indígenas. La creación del tribunal de la Inquisición en Lima y México en el siglo XVI ayudaría a imponer la ortodoxia a la población local y a condenar al secreto cualquier celebración de ritos y rituales precolombinos. Aun así y a pesar de la clara contradicción, la Iglesia también promovió ciertos elementos de las culturas precolombinas. Por ejemplo, fue útil a los misioneros  el uso de los idiomas locales como lingua franca entre los diversos grupos indígenas en las distintas provincias: náhuatl, por ejemplo, en Nueva España y en los Andes, quechua y aymara. Además, la tendencia a construir templos cristianos sobre las ruinas de templos sagrados para las comunidades precolombinas promovió una especie de sincretismo respecto a las creencias religiosas. El ejemplo más conocido es el culto a la Virgen de Guadalupe, cuya milagrosa aparición a un campesino indígena, Juan Diego, en 1531, se describe en dos textos de mediados del siglo XVII, momento en que el culto a esta virgen parece haberse generalizado en Nueva España. (La Virgen de Guadalupe es hoy un símbolo nacional de México.) La Virgen de Guadalupe es de hecho un ejemplo de una tradición cristiana “injertada” en la figura de una deidad precolombina de la fertilidad, la diosa Tonantzin. Igualmente, entre la población de origen africano (mayormente en Brasil y en el Caribe) hubo una mezcla de deidades tradicionales africanas de origen yoruba con santos cristianos. Esta mezcla todavía sobrevive en las tradiciones de la santería (en el Caribe), el vudú (en Haití) y el candomblé (en Brasil).