Capítulo 1: La Ilustración en España e Hispanoamérica (siglo XVIII)

Contexto histórico

El filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) propuso en 1784 la siguiente definición de la Ilustración: "La ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. La minoría de edad significa la incapacidad de servirse del entendimiento propio, sin la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!; he aquí el tema de la Ilustración."

El concepto de Ilustración se refiere a un movimiento intelectual que tenía como fundamento central la creencia en la primacía del poder de la razón. A través de principios racionales se puede lograr una comprensión más perfecta de Dios, la naturaleza y el hombre. La razón también es una herramienta para mejorar la vida en este mundo mediante los avances sociales, económicos, filosóficos y artísticos. La Ilustración en Europa no surgió de la nada, sino que fue la herencia del desarrollo intelectual de los siglos anteriores, empezando con los humanistas y pasando por los grandes descubrimientos filosóficos y científicos del siglo XVII.

En su marco europeo general, el programa ilustrado puede sintetizarse en cuatro puntos esenciales: 1. aceptación de la investigación científica y de sus resultados aun a riesgo de chocar con las opiniones corrientes; 2. lucha contra la superstición y los prejuicios, en especial los que conducen a cualquier forma de opresión e injusticia; 3. reexamen crítico de todas las creencias básicas; 4. interés por las obras de reforma económica y social. El deseo que está detrás del proyecto ilustrado es el de un proceso de liberación de ataduras, llegar a la felicidad con la luz de la razón. Es cierto que el Renacimiento y la Reforma habían pretendido liberar al hombre del peso de la historia, pero habían recurrido a la misma historia: el Renacimiento al hombre idealizado de la Antigüedad, y la Reforma al 'cristiano libre', al hombre dedicado sólo a la palabra de Dios. La Ilustración es más radical: impone un criterio más allá de la historia: el hombre como un ser naturalmente racional, que juzga y somete todo al veredicto de la razón. Según el filósofo Jorge Luis Acanda, "para los ilustrados la historia es un largo combate entre 'luces' y 'sombras'. Durante siglos la Razón ha sido una y otra vez obstaculizada y vencida; la esclavitud, la servidumbre, el oscurantismo, la ignorancia y el dogma son las manifestaciones de esa derrota. Pero poco a poco la Razón ha avanzado, los hombres han logrado descubrirla, respetarla, fortalecerla. Ahora es el momento de llevar la razón a las ciencias, a la filosofía, al arte, a la moral, al derecho. El hombre está a un paso de su liberación, pues la Razón es Libertad, es Justicia, es Bien, es Felicidad (todas con mayúsculas). La confianza en la razón humana para resolver todos los problemas que el hombre encuentra es total." Los éxitos logrados acentúan la confianza del hombre en sí mismo, y esto crea en los Ilustrados una fe ciega en el progreso y en la futura resolución de los misterios y enigmas de la naturaleza aún no resueltos y, como consecuencia, en la salvación final en un nuevo paraíso terrenal.

Gran parte de la Ilustración europea se asocia con el cuestionamiento del dogmatismo religioso y político que reinaba en el continente. Sin embargo, este aspecto más conocido del movimiento es difícil de encontrar en la historia de la España del siglo XVIII y sus colonias, donde el absolutismo monárquico aumentó, y la fe católica experimentó pocos cambios institucional y popularmente. En el mundo hispánico las transformaciones más notables, conocidas como "las reformas borbónicas", ocurrieron en los ámbitos de la economía, la administración estatal y las relaciones con otras naciones.

Se considera que la Ilustración en España empieza, aunque con lentitud, con la muerte de Carlos II, el último de los monarcas Habsburgos españoles. Antes de morir, Carlos II nombra su sucesor a Felipe, el duque de Anjou (nieto del rey francés Luis XIV), lo cual inicia la dinastía de los Borbones en la Península, que reinará durante todo el siglo XVIII (ver un mapa de la Península del siglo XVIII). Carlos II nombró sucesor al Duque de Anjou para evitar la guerra entre España y Francia y mantener la herencia de los Habsburgos. Pero la incompetencia administrativa y la apatía hacia su país adoptivo, además de las incursiones de la Gran Alianza durante la Guerra de Sucesión (1702-1713), las sublevaciones internas, la hambruna y las enfermedades, causaron grandes problemas para el gobierno. En abril de 1713 se firmó el tratado de Utrecht que, junto con el de Rastatt (1714), dio fin a la larga guerra de sucesión, y Felipe V (como se llamaría de ese momento en adelante el Duque de Anjou) pudo reinar durante un periodo de paz relativamente estable dentro el país. Esta paz se pagó a un precio muy alto: los tratados requerían que España cediera muchos de sus territorios, entre ellos los Países Bajos a Holanda, Sicilia a Saboya (un estado independiente al sureste de Francia), la colonia de Sacramento (cerca de Buenos Aires) a Portugal, y tal vez lo más importante, las plazas estratégicas de Gibraltar y Menorca a Inglaterra.

Esta reducción territorial y del poder imperial español tuvo sus efectos en las colonias españolas americanas también. Primero, España tuvo que conceder a Inglaterra el asiento de negros, que permitió a los ingleses romper el monopolio español de la trata de esclavos y también aumentar su comercio con las colonias españolas. Este aumento en la libertad de comercio permitió a su vez el contrabando masivo que llegó a causar grandes conflictos entre las dos potencias marítimas. España siguió luchando en Italia, en gran parte por los motivos políticos de Isabel de Farnesio, la segunda esposa del rey, quien tenía gran influencia en la política exterior española. Sin embargo, con esta excepción, España se encontraba ahora liberada de las costosas campañas militares en Europa por primera vez en casi doscientos años. Guiada por los monarcas borbones, la corona española ahora podía dedicar mucha más energía a la explotación máxima de la colonias, e incluso combatir contra competidores económico-militares como Inglaterra. Con el propósito de administrar más de cerca las colonias americanas, España creó dos virreinatos nuevos: el de Nueva Granada (en Santa Fe, Colombia, en 1739) y el del Río de la Plata (en Buenos Aires, en 1776). Este intento de explotar al máximo las colonias, que España había dejado prácticamente abandonadas durante el siglo XVII, ha sido denominado por algunos historiadores como "la segunda conquista de América". La reafirmación de la hegemonía española sobre sus colonias a mediados del siglo XVIII causó gran resentimiento entre los criollos americanos, quienes se referían irónicamente a la distante autoridad de la metrópoli con la expresión "la ley se acata pero no se cumple".

El reinado de Felipe V (1713-1746) no se puede llamar propiamente ilustrado, e incluso se le ha descrito como una "preilustración". La resistencia a las nuevas ideas entre la población (incluyendo a los letrados) todavía era enorme. Los que traían estas ideas a España recibían el nombre despectivo de "novadores" y eran vistos como gente peligrosa que amenazaba con destruir el status quo. A pesar de esta hostilidad antiprogesista, Felipe V, por ser un noble francés y procedente de un ambiente donde se valoraba la educación institucional, decidió fundar organismos culturales tan importantes como las Reales Academias de la Lengua y de la Historia y la Biblioteca Nacional. También con ayuda estatal, entre 1737 y 1742 se publicó el importantísimo periódico Diario de los Literatos de España. La figura intelectual más destacada durante el reinado de Felipe V fue sin duda el benedictino gallego Benito J. Feijoo, quien buscó complementar su educación aristotélico-escolástica con los nuevos conocimientos de Francia, Italia e Inglaterra. Su tratado Teatro crítico universal (1726-1739) abarca casi todos los campos imaginables, desde la filosofía y la religión hasta la ciencia y la historia, cuestionando con un racionalismo consecuente las formas de pensar anticuadas que permanecían intactas en el ámbito español. Aunque la plena Ilustración no había llegado aún a España, la influencia francesa se sentía en la corte en las nuevas costumbres y modas. En el gobierno esta influencia inició una centralización del poder monárquico fundamentado en el poder de los nuevos ministros de Estado, Justicia, Hacienda, Guerra y Marina, e Indias, que estaban supeditados directamente al rey.

El breve reinado de Fernando VI (1746-1759) involucró a España en una multitud de alianzas políticas y familiares. Como comenta un historiador, "El nuevo rey no sobresalía ni por su inteligencia ni por su laboriosidad"; pero algunos ministros efectuaron cambios notables. El más eficaz de ellos fue el Marqués de la Ensenada. Reformó la recaudación de impuestos para hacerla más justa y eficiente y logró mayor control monárquico sobre los asuntos de la Iglesia. La reforma más importante fue la renovación total de la flota española, que servía para fortalecer cada vez más la presencia metropolitana en las colonias.

La expresión "despotismo ilustrado" ("Todo para el pueblo, pero sin el pueblo") con que se conoce el reinado de Carlos III (1759-1788), describe bien el proceso de reformas que se lograron gracias al poder monárquico absoluto que iba aumentando con cada nuevo rey Borbón. Aunque el rey siempre tomaba las decisiones definitivas en cuestiones de estado, el verdadero trabajo y la planificación de las reformas eran la responsabilidad de varios ministros y consejeros cuyos proyectos para fortalecer la economía tuvieron un gran efecto. El poderoso fiscal del Consejo de Castilla, Pedro Rodríguez de Campomanes, luchó por eliminar varios abusos económicos que perjudicaban a los agricultores. Campomanes, un hombre erudito y de gran cultura clásica y jurídica, influyó en la fundación de las Sociedades Económicas de Amigos del País en España y en las colonias.

A partir de la mitad del siglo XVIII, y a pesar de la prohibición inquisitorial, los libros de filósofos tan importantes como Montesquieu, Voltaire, Rousseau y otros habían llegado a manos de los intelectuales hispanos. Sin embargo, la Ilustración que interesaba a estos últimos era más bien una Ilustración práctica donde conocimientos como la botánica, la ingeniería y la economía servían para traer reformas al comercio, la guerra y el poder del estado. Estas reformas fueron muy significativas en la explotación y administración de las colonias. España siguió con poco éxito el modelo francés de establecer compañías mercantiles e industriales, pero los reglamentos de libre comercio propuestos por Campomanes mejoraron la economía peninsular tanto como la de las colonias. Además de Campomanes, el secretario de Hacienda de origen italiano, el Marqués de Esquilache, impuso medidas para eliminar el fraude fiscal entre las clases privilegiadas y para cobrar al clero lo que le debía a la Corona. Estas reformas, que coincidieron con la modernización de Madrid (una ciudad carente de los servicios más básicos, como calles pavimentadas, alumbrado público y recogido de basura) no fueron bien recibidas por las clases privilegiadas, cuyo rencor y resentimiento estallaría en el llamado Motín de Esquilache de 1766.

A diferencia de otros países europeos, donde el deísmo y el ateísmo promovieron un nuevo concepto de la religión, en España la Ilustración no conllevó grandes cambios en la ortodoxia católica de los ciudadanos. Como todas las reformas bajo Carlos III, las eclesiásticas también iban vinculadas a la centralización del poder, esta vez buscando la subordinación total de la Iglesia a la Corona. La antipatía que sentía el rey hacia Roma tuvo su mayor manifestación en la expulsión de los jesuitas (1767), decreto redactado por el conde de Aranda que culpaba a la Compañía de Jesús de haber instigado el motín de Esquilache. Para cumplir el decreto fueron necesarias ciertas reformas escolares que reemplazaron el escolasticismo tradicional con la lógica cartesiana, la física moderna, la nueva epistemología, etc. La mayoría de las instituciones educativas rechazaron estas reformas "radicales", pero un número de estudiantes y profesores las aceptaron para familiarizarse con la ciencia y la teoría política modernas.

Aunque el conde de Aranda apoyaba la monarquía absoluta de Carlos III, su personalidad autoritaria hizo que el rey lo sustituyera y nombrara en su lugar al conde de Floridablanca, quien como Secretario de Estado sería en la práctica el jefe de estado desde 1777 hasta la muerte del rey en 1788. Durante estos años Floridablanca logró reformas como el apoyo estatal de las escuelas profesionales, la reducción del número de mendigos, la fundación de agencias públicas de crédito, y la formación de un tipo de gabinete ministerial llamado la Junta Suprema de Estado (1787) para hacer más eficiente el gobierno y, claro está, aún más centralizado. Campomanes y Floridablanca fueron con toda probabilidad los reformadores españoles más importantes, pero sus proyectos se vieron detenidos por el temor causado por las revoluciones en los Estados Unidos (1776) y en Francia (1789). Al llegar el rey Carlos IV al trono, los mismos ministros que antes habían promovido el florecimiento de la Ilustración en España ahora trabajaban para cortarla de raíz.

La historia ha querido ver a Carlos IV (reinó 1788-1808) como un hombre incapaz de gobernar. Sin embargo, este juicio es demasiado severo si se considera que sus intenciones de mejorar el bienestar de España y su imperio fueron vencidas primero por la reacción conservadora ante la Revolución Francesa (1789), y luego por la invasión de Napoleón a España que se estudiará en el próximo capítulo. Como había ocurrido con sus antecesores, el gobierno de Carlos IV estuvo marcado por sus ministros tanto como por la autoridad del propio monarca, aunque esta vez tres personajes muy diferentes tomarían las riendas del poder. Floridablanca, asustado por la Revolución Francesa, instituyó la censura de los periódicos, prohibió la entrada al país de publicaciones francesas y frenó las actividades de las Sociedades Económicas de Amigos del País. Bajo presión de su primo, el rey Luis XVI de Francia, quien quería apoyo oficial para una nueva monarquía constitucional, Carlos IV despidió a Floridablanca y nombró en 1792 al conde de Aranda para reemplazarlo. Aranda resultó incompetente y perdió su puesto cuando ese mismo año el rey francés fue derrocado y se proclamó la República Francesa.

Manuel Godoy fue nombrado sucesor de Aranda. Godoy tuvo oportunidad de tener un contacto íntimo con los reyes. Sus detractores (partidarios del conde de Aranda o del futuro rey Fernando VII) echaron a correr rumores que lo acusaban de ser amante de la reina y de querer apoderarse del trono. Lo cierto es que Godoy gozó de un poder enorme, incluso cuando abandonó su cargo de ministro en 1798. Su mayor preocupación fue la política exterior, en la cual intentó evitar a toda costa una guerra con los franceses, ahora antimonárquicos, por lo cual se ganó el epíteto de "Príncipe de la Paz". Aliarse con Francia en aquella época equivalía a declararse en contra de Inglaterra, y España se vio envuelta otra vez en una guerra con su rival marítimo. Poco después, Napoleón aprovechó la debilidad de España e invadió el país en 1808. Carlos IV fue obligado por Napoleón a renunciar al trono en favor de su hijo Fernando, y éste a su vez abdicó en favor de Napoleón, quien colocó en el trono español a su hermano José Bonaparte.

La agricultura española del siglo XVIII no tiene un desarrollo importante; los únicos progresos se deben, en general, al aumento de extensión de la tierra cultivada y no a la intensificación de las labores agrícolas. La continua subida de los precios de los productos agrícolas durante la segunda mitad del siglo hace que muchos propietarios conviertan sus terrenos baldíos en tierras de labor, de tal manera que esta situación económica favorece especialmente a la gran propiedad. La patata, que se había introducido en varios países europeos jugando un importante papel económico, no fue un factor importante en España. En cambio, la introducción del maíz permite un importante desarrollo agrícola en el norte, al poder disponer de un cereal de alto rendimiento que a su vez incrementó la producción del ganado.

El prototipo del ilustrado español fue Gaspar Melchor de Jovellanos, intelectual asturiano que había sido discípulo de Campomanes. Jovellanos intentó mantener la ortodoxia católica mientras luchaba contra la ignorancia científica popular y llevar los frutos de la Ilustración al pueblo a través del Instituto Asturiano de su ciudad natal, Oviedo. En 1795 este admirador de Adam Smith y el libre comercio escribió su obra maestra, Informe en el expediente de Ley Agraria, que proponía devolver el control de las tierras en posesión de la Iglesia a la aristocracia y a los pequeños agricultores. Por eso no sorprende que este libro luego fuera prohibido por la Inquisición. Aunque Jovellanos llegó a ocupar un puesto ministerial por ocho meses en 1797, fue destituido y más tarde encarcelado en Palma de Mallorca en 1801.

Las manifestaciones artísticas en el siglo XVIII estuvieron muy influidas por el neoclasicismo francés. Escritores como Félix María Samaniego y Tomás de Iriarte, y dramaturgos como Leandro Fernández de Moratín aprovecharon las posibilidades didácticas de la literatura y el teatro para criticar los vicios generales, los excesos artísticos y las costumbres anticuadas. Sin duda el artista más famoso de los siglos XVIII y XIX en España fue Francisco de Goya y Lucientes, cuyos cuadros y grabados iniciales mostraban escenas de la vida del pueblo y la aristocracia durante los reinados de Carlos III y Carlos IV (Goya fue pintor de la corte de este último). Su estilo comienza a volverse más oscuro con sus Caprichos (1799) para tornarse radicalmente negro con la llegada de las guerras napoleónicas.

Al igual que ocurrió en la Península, las colonias recibieron con entusiasmo los aspectos científicos y económicos de la Ilustración, a la vez que rechazaron las ideas revolucionarias en lo político (ver un mapa de las Américas de los siglos XVI-XVIII). Los cambios gubernamentales más significativos se limitaron a la apertura al libre comercio y a los intentos de eliminar los abusos y el fraude administrativos. Las universidades coloniales apenas reflejaron en sus textos y métodos de enseñanza las nuevas tendencias. Sin embargo, aunque el interés creciente en las nuevas técnicas para explotar la gran riqueza de las colonias no provocó reformas en las viejas instituciones, sí dio pie a la creación de entidades nuevas y especializadas como el Colegio de Minería en México.

Tampoco hay que olvidar que, pese a la mentalidad ilustrada, las provincias americanas seguían viviendo una situación colonial. El creciente resentimiento de los criollos hacia los españoles era sentido redobladamente por las grandes masas indígenas del continente, que continuaban identificadas con sus raíces precolombinas. En el Perú este descontento desembocó en 1780 en una sublevación en la cual José Gabriel Condorcanqui, un cacique indígena andino, se levantó contra el gobierno español, tomando el nombre de Túpac Amaru II en honor del último emperador inca asesinado en 1572. Túpac Amaru II capturó a un gobernador peruano, y para castigar la avaricia española le vertió oro derretido por la garganta. La revuelta fue severamente suprimida por las autoridades españolas: el cuerpo de Túpac Amaru II fue descuartizado públicamente y su cabeza fue llevada como advertencia a todas partes del reino.

La circulación del nuevo saber enciclopédico y las expediciones científicas al continente americano como las del alemán Alexander von Humboldt, aumentarían la fascinación por la naturaleza sobrecogedora de la geografía americana. El mejor ejemplo de esta interesante combinación de motivos científicos, folklóricos y sociológicos fueron las pinturas de castas, una modalidad que apareció a finales del siglo XVII pero que cobraría un nuevo significado con la llegada de la Ilustración.

En vísperas de las Guerras de Independencia, la Ilustración en las colonias se identificaba más con Feijoo y Jovellanos que con Hobbes y Locke, aunque los pensamientos de estos últimos—que junto con Rousseau y Montesquieu eran sólo conocidos por una élite intelectual muy pequeña al final del siglo XVIII—influirían sin duda en los proyectos de los líderes revolucionarios latinoamericanos.

La presumida universalidad de los derechos del hombre promovida por la Ilustración y por la Revolución Francesa de 1789 fue puesta a prueba en 1791, cuando comenzó una revolución generalizada de esclavos en la colonia francesa de Saint Domingue (Haití) que se inspiraba precisamente en esas ideas. El gobierno republicano francés (y luego Napoleón) enviaron tropas para reestablecer la condición colonial de la isla, intentos que finalmente fracasaron cuando Haití se constituyó en el primer estado independiente de Latinoamérica en 1804. La independencia de Haití—que hasta entonces había sido la mayor productora mundial de azúcar—, hizo que las economías azucareras de Cuba y Brasil se dispararan y que adquirieran una importancia económica enorme durante el siglo XIX. Pero la Revolución Haitiana hizo correr también el fantasma de la repetición de una sublevación negra en las sociedades esclavistas criollas del Nuevo Mundo.