Capítulo 3: La hegemonía cristiana en la península (siglos XIII-XV)

Contexto histórico

La Baja Edad Media cristiana

Los historiadores generalmente asocian el comienzo de la Edad Media en el Occidente con la fragmentación del Imperio Romano en el 476, año en que abdicó el último emperador romano y las tribus germánicas comenzaron a luchar entre sí por el control de los restos del antiguo imperio. En la Europa occidental la Edad Media se considera cultural y políticamente una época híbrida en la cual se perpetúan las instituciones romanas con un fuerte añadido germánico. Sin embargo, en el caso de la Península Ibérica la invasión musulmana de estas tierras en el año 711 y la larga y continua presencia islámica en ellas complican esta interpretación.

Durante la Edad Media española y europea la vida económica dependía de la tierra, ya que ésta constituía la principal fuente de producción y capital. El sistema económico que imperó durante el medioevo europeo en general fue el feudalismo. La tierra la poseía la élite eclesiástica o militar, y los campesinos vendían su fuerza de trabajo a estos señores a cambio de protección y del derecho a quedarse con un porcentaje de lo que producían. Las relaciones que se establecían entre vasallos y señores eran de muy diversa naturaleza, pero siempre respondían a los intereses económicos del dueño de la tierra.

Sin embargo, el largo proceso que supuso recuperar las tierras en poder de los musulmanes por los reinos cristianos le dio un carácter decididamente particular al medioevo hispánico. En una sociedad en que la guerra era una actividad constante, el acceso a la nobleza inicialmente estaba vinculado a hechos de armas ofensivos y defensivos que los monarcas de los reinos cristianos pagaban con tierras y derechos sobre los campesinos que las habitaban. En el caso español, la incesante necesidad de fuerza militar para extender las fronteras territoriales y luego protegerlas provocó una explosión de títulos nobiliarios menores. Con el tiempo los títulos se volvieron hereditarios, y entonces los nobles les exigirán a los monarcas estatutos (llamados fueros) que certifiquen sus derechos y que los diferencien como clase social privilegiada. Pero a medida que la situación bélica de la Península se estabilice, los privilegios adquiridos por la nobleza entrarán en conflicto con el deseo de los monarcas de consolidar su poder sobre sus respectivos reinos. Estas tensiones provocarán rebeliones de la nobleza en todos los reinos hispánicos en algún momento u otro del medioevo.

Por otro lado, la necesidad de poblar o repoblar los territorios ganados a los musulmanes requirió el desplazamiento de campesinos y siervos a las nuevas tierras para desarrollarlas y defenderlas. Esto motivó que los reyes también tuvieran que ceder fueros—es decir, códigos legales—a las ciudades o pueblos fronterizos en los que se establecían estos hombres comunes. Los derechos adquiridos mediante estos fueros también producirán reclamos contra la corona, los cuales se manifestarán esporádicamente desde el siglo XIII, y tendrán su manifestación más violenta en las rebeliones de los comuneros y de las hermandades contra el joven rey Carlos V a comienzos del siglo XVI.

Contactos franco-hispanos

Una combinación de varias circunstancias fomentó la creación de vínculos políticos y culturales más estrechos entre los reinos cristianos peninsulares y territorios al norte de los Pirineos. A partir de Fernando I de León y Castilla en el siglo XI, los monarcas peninsulares, especialmente los de León-Castilla, habían contribuido a la expansión del monasterio de Cluny, tanto en su crecimiento físico como en el crecimiento de su influencia política y cultural en Europa, mediante generosas donaciones derivadas del pago de tributos musulmanes (parias). La reducida amenaza militar por parte de los reinos musulmanes y el desarrollo de centros urbanos en el norte condujo a la proliferación de nuevos monasterios e iglesias y a la ampliación de templos ya existentes, siguiendo las tendencias arquitectónicas predominantes más allá de los Pirineos. La adopción generalizada de este estilo arquitectónico—llamado posteriormente románico (ing. Romanesque) por los historiadores del arte debido a las semejanzas con ciertos elementos de la arquitectura romana—confirió un carácter "internacional" a las zonas pirenaica y cantábrica y a aquellas más septentrionales de la meseta central. La conclusión de la catedral románica de Santiago de Compostela a finales del siglo XII representa la culminación de este estilo.

Las reformas eclesiásticas promovidas desde Cluny se habían establecido definitivamente en el siglo XII y la vida monástica y religiosa de la Península Ibérica se iba pareciendo cada vez más a la de Francia, Italia e Inglaterra. Otro paso fue la creación de las nuevas universidades a principios del siglo XIII. Surgidas de las escuelas catedralicias e inspiradas tal vez en centros de estudios avanzados árabes, las universidades llegarían a dominar la vida intelectual de la Europa medieval y moderna, restándole importancia a los monasterios en su histórico papel educativo. Las primeras universidades de la Península Ibérica, en Palencia (1208 ó 1212) y Salamanca (1218) dependían de un profesorado en su mayoría proveniente de Francia e Italia o educado en esos lugares.

Otro elemento en la vida religiosa de la península que la vinculó cada vez más con los territorios al norte de los Pirineos fue el Camino de Santiago que miles de peregrinos del resto de Europa seguían cada año a la catedral de Santiago en Compostela. Compostela, en el noroeste de la península (en Galicia) se convirtió en el siglo XII en uno de los tres mayores lugares de peregrinaje para la cristiandad, siendo Jerusalén y Roma los otros dos. Los ingresos adquiridos con este turismo por el llamado Camino de Santiago contribuyeron a la expansión económica de esta región.

Estos cambios culturales se vieron reflejados también en la vida literaria de la península. En la zona del Camino de Santiago, por ejemplo, se encuentran géneros y formas poéticas que recuerdan tradiciones francesas. Una de las innovaciones poéticas más importantes en la historia de la literatura vernácula surge precisamente en Occitania en el siglo XII: la lírica de los trovadores. En Aragón, los primeros poetas líricos en lengua vernácula escriben poesía amorosa y satírica en occitano (o “provenzal”). El propio rey Alfonso II de Aragón (1152-1196), poeta él mismo, promovió esta poesía seguramente en parte para reafirmar los vínculos culturales entre su corte y las del sur de Francia donde tenía aspiraciones políticas. La lírica trovadoresca también tuvo influencia en otras zonas de la península, a través de contactos entre poetas provenzales y las cortes reales o a través del Camino de Santiago. A diferencia de Aragón, en Castilla y Portugal se escribe lírica trovadoresca en el dialecto autóctono de Galicia, el llamado gallego-portugués; también se crean formas nuevas, como las cantigas de amigo.

El siglo XII también conoció el auge de la ideología de cruzada en la Europa cristiana. En la Península Ibérica esta mentalidad empezó a manifestarse con la fundación de las órdenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara y con el creciente corpus de escritos por parte de clérigos que abogaban por la restitución de las que habían sido tierras cristianas siglos antes. Esta ideología también alienta el mito de “Santiago Matamoros” y la leyenda de que en el siglo IX este santo de los peregrinos había aparecido milagrosamente en un caballo blanco junto a un ejército cristiano para derrotar a sus rivales musulmanes. A pesar del fomento de esta mentalidad en el siglo XII, los reinos cristianos no lograron grandes conquistas frente a los almohades.

Tras la derrota de Alfonso VIII de Castilla en Alarcos en 1195, hubo un resurgimiento de interés en una campaña coordinada contra los almohades. En 1212, ejércitos de Castilla, Navarra, Aragón y Portugal, a menudo rivales en otras ocasiones, vencieron juntos a un ejército almohade en la batalla de las Navas de Tolosa, al norte de Jaén. Esta batalla se ha señalado como un punto decisivo en las relaciones cristiano-musulmanas.

De repente los reinos cristianos, en especial Castilla y Aragón, se encontraron en una situación sin precedentes: la necesidad de gobernar grandes territorios con súbditos musulmanes en poblaciones rurales y urbanas que habían sido administradas durante siglos bajo gobiernos islámicos. La política adoptada por Fernando III fue más severa: los castellanos expulsaron a todos los habitantes de Sevilla y a los campesinos que dependían de la ciudad. Los aragoneses también expulsaron a los habitantes de la ciudad de Valencia pero permitieron que los campesinos se quedaran.

Alfonso X (r. 1252-1284)

La figura que domina la historiografía del siglo XIII es la de Alfonso X, rey de Castilla y León. En muchos sentidos es un monarca sin igual en la Europa de su momento por sus esfuerzos de centralización burocrática y sobre todo por sus impresionantes proyectos culturales. Aunque políticamente tuvo pocos éxitos, su legado cultural fue duradero.

Alfonso decidió imponer el castellano como lengua oficial para documentos jurídicos, científicos e historiográficos. Hacia 1254 supervisó la redacción del Fuero real, un código legal inspirado en el antiguo Liber iudiciorum de los visigodos. Bajo Alfonso, el Fuero real se confería como estatuto o constitución para diferentes ciudades. (Fuero, del latín forum, era el nombre típico para este tipo de documentos mediante los cuales se concedía derechos a entidades políticas locales.) Más importante aún en la historia jurídica de Castilla fueron las Siete partidas, una voluminosa recopilación de leyes para todo el reino inspirada en el derecho romano, preparada por una comisión de juristas reunida por Alfonso entre 1256 y 1265. Las Siete partidas (llamadas así porque están divididas en siete secciones) representan un momento importante en el esfuerzo centralizador y normativo de la monarquía. Este código jurídico presenta la relación entre el rey y sus súbditos como superior a las tradicionales relaciones feudales, una idea que será clave en la constitución de las monarquías modernas a partir del siglo XVI.

Por sus múltiples empresas culturales, Alfonso X ganó posteriormente el sobrenombre de “el Sabio”. Ya en el siglo XII se había establecido en Toledo una red intelectual entre letrados judíos y cristianos que permitió la traducción de textos fundamentales de la filosofía árabe y griega y de otras obras de índole científico. Estas traducciones, en particular la de los comentarios de Ibn Rušd (Averroes) sobre Aristóteles y su traducción del filósofo griego, tuvieron un impacto radical en la historia intelectual de la Europa cristiana, contribuyendo al desarrollo del escolasticismo y en particular influyendo el pensamiento de Santo Tomás de Aquino (1225-74). Bajo Fernando III estas actividades siguieron siendo importantes, pero fue Alfonso X quien promovió una renovada e intensa obra de traducción, sobre todo de textos científicos. En este proceso, el castellano siempre se había utilizado como lengua intermediaria—los traductores judíos que sabían árabe no manejaban bien el latín—pero con Alfonso X, el castellano se convirtió en lengua apropiada para el discurso científico sin tener que recurrir al latín. Esta empresa cultural sería impensable en cualquier otro lugar de Europa, donde no hubo una confluencia cultural tan rica, que abarcaba la antigüedad helénica y los mundos intelectuales árabe, judío y cristiano.

Alfonso comisionó la traducción de más de veinte tratados sobre astronomía. Su curiosidad intelectual lo llevó incluso a los juegos de mesa y de azar, como se aprecia en el Libro de ajedrez, dados y tablas, que se presenta a la vez como ideal de pasatiempo cortesano y como verdadero ejercicio intelectual. Supervisó la recopilación de dos importantes proyectos historiográficos: La General Estoria es una masiva obra de traducción que utiliza los textos historiográficos de la Biblia como base de la narrativa, suplementados por textos paganos en un intento de imponer conformidad sobre las diferentes tradiciones historiográficas de la antigüedad clásica. Aunque Alfonso previó que su libro incluiría toda la historia desde los tiempos bíblicos hasta el reino de Castilla, la muerte lo interrumpió apenas llegado al alumbramiento de la virgen María. La Estoria de España recopila la materia de una variedad de fuentes —crónicas escritas y leyendas populares— sobre el pasado de la Península Ibérica.

La producción textual de la corte alfonsí no se limitó a obras de ciencia e historiografía. Su corte fue el centro de un círculo de trovadores que componían poesía en gallego-portugués y el propio rey compuso cantigas de amor y cantigas de escarnho (es decir, canciones satíricas). Su proyecto lírico de mayor envergadura es la colección de milagros de la Virgen María conocida como Las cantigas de Santa María, también en gallego-portugués. En la copia más elaborada de esta colección (el llamado “Códice Rico”), cada composición viene acompañada de una ilustración en seis cuadros de los episodios principales de cada historia. Aunque claramente artificiosas, las ilustraciones del Códice Rico además ofrecen una fuente única sobre la vida cotidiana de la época con sus representaciones de las distintas historias. En todos los códices, los textos vienen acompañados de partituras musicales. Las cantigas de Santa María representan así una síntesis de poesía, música y arte visual, una colección sin paralelo en la Europa medieval.

Parece claro que, sin caer en el anacronismo, Alfonso tuvo una conciencia del valor de la lengua vernácula como elemento aglutinador de la sociedad, lo que se ha señalado como un intento de crear una “identidad nacional”. Si bien es difícil defender esta tesis en su forma más simplista, ya que la prioridad de este rey no sería la creación de una nación sino la eficiente consecución de sus ambiciones políticas en un enorme territorio, por otra parte, es cierto que, mediante el uso del castellano como lengua oficial, su empresa cultural refuerza el lugar dominante que el reino de Castilla comenzaba a adquirir en la vida política de la península.

Otro punto problemático del reinado de Alfonso X es el estatus de sus súbditos no cristianos. La visión de una armoniosa coexistencia de cristianos, musulmanes y judíos se desmiente con una consideración de las ordenanzas discriminatorias de las Siete partidas o las historias antisemitas de algunos de los milagros de Las cantigas de Santa María. El hecho de que se preparara un epitafio para Fernando III en cuatro idiomas—latín, hebreo, árabe y castellano—no representa un gesto de inclusión sino una manifestación del poder del monarca sobre todos los sectores de su reino, uno de los más diversos culturalmente en la Europa medieval. El escenario para los judíos sólo empeoraría en los dos siglos siguientes y si no se molestó a los mudéjares fue porque convenían a los terratenientes como mano de obra para cultivar los campos en las zonas donde permanecían poblaciones importantes.

Los siglos XIV y XV

Castilla no volvió a ver empresas culturales tan importantes como las de Alfonso X, aunque en la primera mitad del siglo XIV se produjeron algunas obras literarias de notable calidad e interés. La literatura didáctica, con lecciones prácticas y morales para dirigentes políticos o, más generalmente, para la gente común, se convirtió en una auténtica moda. Dentro de esta tradición se inserta el curioso libro de Juan Ruiz conocido como el Libro de buen amor, que pretende ofrecer lecciones morales sobre el amor pero confunde al lector a cada paso, ya que resulta imposible saber si defiende el bonus amor espiritual de Dios o el “buen amor” lujurioso de este mundo. Como en la época de Alfonso X, los territorios cristianos de la península siguen siendo un lugar de diversas tradiciones culturales, manifiestas en los brillantes ejemplos de arquitectura mudéjar sobre todo en Andalucía y Aragón, pero también en zonas del norte del reino de Castilla. Al mismo tiempo llegan a los reinos peninsulares las nuevas tendencias estilísticas del arte europeo cristiano—el llamado estilo “gótico”—que, como el románico antes, irradian desde Francia. El apogeo del estilo gótico será en el siglo XV. Uno de sus monumentos capitales en la península es la grandiosa catedral de Sevilla.

El siglo XIV en toda Europa es conocido sobre todo por la serie de epidemias masivas que a partir de 1348 asolaron las poblaciones principales de la cuenca mediterránea y grandes zonas del resto de Europa. La peste negra o bubónica provocó una aguda crisis demográfica y social en todo el continente. Se estima que murió un tercio de la población de Europa, unos 25 millones de personas. En la Península Ibérica, las zonas más afectadas fueron las ciudades portuarias mediterráneas de la Corona de Aragón y de Castilla (Sevilla, Cádiz, Cartagena), donde había grandes concentraciones de población. En las zonas rurales se notó menos el efecto de la epidemia. El propio Alfonso XI de Castilla murió a consecuencia de la peste cuando asediaba Gibraltar en 1350.

En el siglo XIV también aumentaron notablemente las manifestaciones del antisemitismo, culminando en los violentos pogromos en 1391 en los que las aljamas judías de varias de las ciudades principales del reino de Castilla (empezando por Sevilla) y algunas de Aragón, fueron atacadas por el populacho cristiano y miles de judíos murieron asesinados; otros miles sufrieron la conversión forzada y muchos decidieron exiliarse. El odio hacia los judíos fue fomentado por el rey Enrique II, que acababa de ganar el trono después de una sangrienta guerra de sucesión (1366-1369) y buscaba un chivo expiatorio , y también por algunos predicadores dominicos. La situación de los judíos en los reinos cristianos era muy compleja y se prestaba a tales hostilidades. Carecían normalmente del apoyo de los nobles, ya que eran súbditos directos del rey. Los reyes solían utilizar en su corte los servicios de los judíos letrados (como médicos y consejeros, por ejemplo) y como fuente de préstamos, ya que la usura era legal sólo para los judíos. Los recaudadores de impuestos reales también eran típicamente judíos; recoger los impuestos del rey era un negocio en el que estos agentes recibían un porcentaje de lo que recaudaban. Como la cara pública de la política tributaria del rey, los judíos fueron a menudo el blanco de hostilidades cuando los reyes abusaban del poder. Por último, los judíos eran los dueños de negocios importantes en la vida urbana y dominaban en ciertos sectores del comercio. En tiempos de escasez, algo muy frecuente en el siglo XIV, con la peste, las épocas de malas cosechas, y los graves problemas económicos que estos contratiempos provocaban, los resentimientos populares cada vez más se dirigían contra los judíos.

En el siglo XV hubo más revueltas populares contra judíos y también contra conversos (es decir, los judíos que se convirtieron al cristianismo tras los pogromos o sus descendientes), aunque nunca tan generalizadas como las de 1391. Los conversos siguieron en los mismos oficios y carreras que sus antepasados. Además, muchos letrados educados en las universidades eran conversos, y de esta manera llegaron también a ocupar un sector significativo de la creciente burocracia real del siglo XV, una de las nuevas vías abiertas para hombres sin título nobiliario. Ataques notables contra conversos ocurrieron en 1449 en Toledo y en 1473 en Córdoba y otras ciudades del sur. Por otra parte, los mudéjares—los musulmanes que se quedaron en tierras cristianas—sufrirán abusos en las zonas donde son más numerosos (Aragón, Valencia, Andalucía) y en algunos casos manifestarán su oposición a tales abusos en revueltas contra las autoridades cristianas.

El largo reinado de Juan II de Castilla (1419-54), el padre de Isabel, fue una época de consolidación del poder real bajo la coordinación de Álvaro de Luna, su valido (término que designa al "favorito" del monarca, el que actuaba como consejero principal). No obstante, al mismo tiempo que se consolidaba el poder real, la monarquía castellana se vio acosada por una facción noble encabezada por los llamados Infantes de Aragón, los hijos de Fernando de Antequera, el poderoso magnate castellano que había sido elegido rey de Aragón. Durante la mayor parte de su reinado, Juan II y su valido prevalecieron sobre los Infantes, aunque la facción rival consiguió finalmente que el rey abandonara a su favorito. Luna fue decapitado en 1453. A pesar de los vaivenes políticos del reinado de Juan II, este monarca alentó la creación de una brillante cultura cortesana en la que floreció la poesía, recogida en grandes colecciones llamadas cancioneros.

En Castilla en la segunda mitad del siglo XV, Enrique IV, hermanastro de la que sería Isabel la Católica, sucedió en el trono a Juan II de Castilla (muerto en 1454). Pronto se formó una facción de la alta nobleza que intentó destituirlo, alegando que no era apto para gobernar, que era homosexual y que por consiguiente la hija de la reina no podía ser suya. (A esta princesa se la llamó “Juana la Beltraneja”, apodo despectivo formado con el nombre de su supuesto padre, Beltrán de la Cueva, uno de los favoritos de Enrique IV.) Cuando el joven príncipe Alfonso, hermanastro de Enrique y el que la nobleza quería poner en el trono, falleció repentinamente a los once años, la facción opuesta a Enrique abandonó su plan inicial y reclamó el trono para Isabel. Ésta llegó a un acuerdo con el rey su hermanastro sobre la sucesión, según el cual ella heredaría el trono. No obstante, a la muerte de Enrique en 1474, Isabel tuvo que reprimir una rebelión de la alta nobleza que apoyaba a Juana, ahora casada con Alfonso V de Portugal, quien invadió para respaldar a los rebeldes. Éstos fracasaron ante los ejércitos de Castilla y Aragón, e Isabel, casada con Fernando de Aragón desde 1469, se impuso definitivamente como reina de Castilla en 1479, año en el que Fernando heredó Aragón de su padre.

Los Reyes Católicos

Isabel y Fernando al comienzo de su reinado procuraron aliarse con las ciudades en contra de los nobles. Isabel en concreto promocionó el desarrollo de la Hermandad, una milicia establecida por las ciudades para vigilar por su propia seguridad en una época tan poco estable y frente a los abusos del poder de los nobles. Los reyes también promocionaron el desarrollo de los gobiernos municipales como otra manera de fomentar la seguridad y la autoridad de los reyes.

En su primera década, Isabel y Fernando se ganaron la reputación de haber establecido por fin el orden público, después de décadas de conflictos civiles, tanto en Castilla como en Aragón. Isabel también hizo que Fernando se nombrara maestre (ing. grand master) de las tres órdenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara, así asegurando para la Corona el control sobre estas milicias y la concesión de los títulos y privilegios relacionados con ellas. Asimismo consiguieron excluir a los nobles del gobierno real, favoreciendo la formación de consejos de letrados sin título nobiliario (el Consejo Real de Castilla y el de Aragón, los Consejos de Hacienda de cada reino, el Consejo de la Suprema Inquisición, etc.) De esta manera promovieron la creación de una burocracia cuyos integrantes se habían formado en las universidades. (Muchos de estos letrados eran también de origen converso.) Por último, Isabel y Fernando insistieron en nombrar a los miembros de la jerarquía eclesiástica en sus reinos, a pesar de las protestas de los papas. El éxito político de los Reyes Católicos al final fue el resultado de una estratégica manipulación de los intereses de las distintas facciones de sus reinos.

Una de sus creaciones más eficaces en este sentido—y la más notoria—fue la Inquisición, para la cual consiguieron una bula del papa Sixto IV en 1478, aunque no empezó a funcionar hasta 1481. A diferencia de inquisiciones anteriores en otros lugares de Europa, la de Isabel y Fernando era novedosa porque el papa no la controlaba y los propios reyes nombraban a sus oficiales. Como las inquisiciones anteriores, el propósito de ésta era extirpar la herejía, en este caso, el supuesto mantenimiento de prácticas y creencias judías entre los conversos.

La hostilidad popular contra los judíos que después de 1391 se extendió también a los conversos no disminuyó durante el siglo XV; al contrario, las revueltas populares contra conversos en ciudades como Córdoba y Toledo fueron tan virulentas que amenazaron el poder real en estos lugares. Estas revueltas eran un fenómeno complejo que se debía a hostilidades irracionales y racistas contra miembros de un grupo social diferente de la mayoría y a resentimientos por la concentración de poder sobre importantes sectores de la economía en manos de estas minorías (judíos y conversos), actitudes exacerbadas por la predicación de religiosos fanáticos y demagogos.

La institución de la Inquisición resultó ser una de las herramientas más eficaces del poder absoluto monárquico. De hecho, la Inquisición fue la única institución establecida por Isabel y Fernando que se aplicaba a sus dos reinos por igual. Aunque se ha exagerado el número de ejecuciones llevadas a cabo por la Inquisición, se estima que varios miles murieron en las hogueras, la gran mayoría en el primer siglo de existencia de la institución. La Inquisición sirvió para provocar el miedo a la autoridad eclesiástica (y por extensión a la de la monarquía) entre todos los sectores de la población, debido a sus prácticas autoritarias—procesos secretos, torturas, y la confiscación de bienes. El poder real y eclesiástico se presentaba públicamente en el espectáculo del auto de fe (“acto de fe”) en el que los acusados eran ajusticiados ante la ciudadanía.

Hubo desde luego oposición al establecimiento de la Inquisición y más a la aplicación tan rigorosa de sus castigos. No obstante, el entusiasmo de sus defensores venció sobre estas objeciones. Los más fervientes, como el notorio primer Gran Inquisidor Tomás de Torquemada (él mismo un converso), empezaron a demandar medidas más severas contra la población judía, obligada por ley ya desde 1480 a mantenerse completamente separada de los cristianos en guetos o juderías. La culminación de las políticas antisemitas de Isabel y Fernando fue el decreto de expulsión de los judíos de 1492. Las cifras más confiables indican que alrededor de 160,000 judíos abandonaron España como resultado del edicto de expulsión, de lo que se desprende que cerca de la mitad de la población judía decidió convertirse al cristianismo y permanecer así en el país.

Ni con la expulsión ni con la Inquisición se consiguió eliminar a los conversos de posiciones destacadas en el gobierno y otras instituciones sociales. A este fin pronto se establecieron estatutos de limpieza de sangre, primero en la constitución de organizaciones e instituciones eclesiásticas y gremiales y luego, en el siglo XVI, en organismos gubernamentales. Con estos estatutos se procuraba excluir a los descendientes de judíos de posiciones de poder e influencia en la sociedad. La noción de la “limpieza de sangre” se convirtió así en una preocupación obsesiva entre los españoles durante generaciones.

Una de las empresas militares más importantes de Isabel y Fernando se había llevado a cabo justo antes de la expulsión de los judíos. En 1481 los reyes iniciaron las primeras campañas de la Guerra de Granada contra el último reino musulmán en la península. A lo largo de diez años, los ejércitos de Castilla fueron conquistando villas y territorios de Granada hasta la caída de la ciudad en enero de 1492. La rendición del rey granadino Boabdil fue un acontecimiento de gran simbolismo. Con esta victoria y con el establecimiento anterior de la Inquisición—y la expulsión posterior de los judíos en agosto de 1492—, Isabel y Fernando pudieron presentarse a sus súbditos y al mundo como grandes defensores de la fe y los protagonistas de la gloriosa restitución de la península al cristianismo. Fue en gran parte por estas políticas que consiguieron el título de “Reyes Católicos” del papa aragonés, Alejandro VI (Rodrigo Borja), en 1496.

A pesar del esfuerzo inicial de algunos religiosos para instituir una política de conversión pacífica entre los musulmanes granadinos, la Corona pronto promovió tácticas más agresivas, animada por el Cardenal Cisneros (1436-1517), el nuevo Inquisidor General. Las rebeliones de los nuevos súbditos granadinos en 1499 y 1500 inspiraron otro decreto como el que se promulgó contra los judíos, esta vez contra los musulmanes granadinos. Los que no se convirtieron al cristianismo fueron expulsados en 1502; un gran número de los que se convirtieron fueron además dispersados por otras zonas del reino. A los musulmanes conversos se les designaba moriscos.)

La burocracia de los Reyes Católicos dependía del papel, un soporte para la escritura inventado originalmente por los árabes y que empezó a extenderse por Europa en el siglo XIV. Para finales del siglo XV, el papel era la materia preferida para los libros y era abundante y barato. Otra innovación tecnológica que fomentó la mayor difusión de la palabra escrita fue la imprenta, una invención de mediados del siglo XV. La primera imprenta de España data de 1472, dos años antes de la sucesión de Isabel I. Para finales de siglo, había imprentas en todas las ciudades principales de la península y un vigoroso comercio de libros impresos. Uno de los primeros bestsellers fue el libro conocido popularmente como La Celestina (1499), escrito por un converso toledano, Fernando de Rojas, quien mezcló en las páginas satíricas de su libro la erudición y estilo elegante del humanismo con el habla vulgar de prostitutas y sirvientes. Otro escritor que reconoció el valor difusor de la imprenta fue el humanista Antonio de Nebrija, autor de varios textos sobre la lengua, entre ellos la primera gramática de una lengua vernácula europea, publicada en 1492.

La vigilancia de la palabra escrita sería tarea de la Inquisición, que pronto se dedicó tanto a la censura de libros como a la persecución de herejes. Al mismo tiempo, y bajo el reinado del nieto de los Reyes Católicos, el humanismo ocupó un papel cada vez más destacado en la vida cultural de la península.

En 1492, el marinero genovés Cristóbal Colón, habiendo solicitado ya sin éxito el apoyo de Portugal para su proyecto de navegar hasta las costas orientales de Asia por un camino directo por el oeste, se dirigió por segunda vez a la corte de Isabel y Fernando. La decisión de financiar su viaje refleja el optimismo de los reyes tras la victoria sobre Granada y el deseo de competir con Portugal por la exploración marítima para conseguir nuevas rutas a Asia y acceso directo al comercio en objetos de lujo (seda, oro, especias, etc.) que entonces dominaban genoveses, valencianos y turcos otomanos.

1492

El año de 1492 ha pasado a la historia española y mundial como un año mítico, definido por cuatro sucesos importantes de carácter muy diverso que ya se han mencionado: (1) la toma de Granada; (2) la expulsión de los judíos sefarditas; (3) la publicación de la primera gramática de una lengua moderna de Nebrija; y (4) el primer viaje de Cristóbal Colón. Empresas de conquista, ortodoxia, normativización y exploración, estos cuatro sucesos representan colectivamente el proyecto nacional e imperial español. Cuando murieron los Reyes Católicos (Isabel en 1504 y Fernando en 1516), dejaron una España que se proyectaba al resto de Europa y que, gracias a los viajes de Colón, comenzaba a configurar un vasto imperio trasatlántico.